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Es extraordinaria la capacidad de nuestros políticos de ponerse en evidencia sin el más mínimo rubor. Son implacables. Como si fueran actores que ejecutan un papel prediseñado para lograr el aplauso electoral. Igual te cascan un Fuenteovejuna que una Celestina, saltan de Arniches a Valle-Inclán pasando por la Casa de Bernarda Alba, que es el registro en el que mejor se mueven muchos de ellos. Y lo de la celebración del 2 de mayo en Madrid es una elocuente prueba de ello. La ‘tontipolémica’ del día, ha acuñado el gran Carlos Alsina.

El capítulo del ministro Bolaños despechado, abroncado por la jefa de protocolo de Ayuso en Madrid para negarle que subiera a la tribuna es una de esas imágenes que dan vergüencita ajena. A nivel general. Nadie se libra del desaguisado.

Ni el ministro entrando en la comitiva tras el bloqueo (tipo pick&roll) de uno de sus asesores, ni la presidenta madrileña y sus ‘colaboradores’ ninguneando a un representante del gobierno, hasta el punto de hacerle un placaje. Seguro que unos y otros sabían lo que iba a pasar, pero nadie hizo nada para evitarlo, y ahí radica el bochorno, en que les da igual la imagen que, de ellos o del país, se traslade. Están entregados a una causa mayor, la de su ambición personal y la de sus partidos.

Y lo peor es que hoy estarán en los cuarteles generales de Moncloa y de la Puerta del Sol, y también de Génova y Ferraz, analizando si el impacto de esta nueva crisis institucional les beneficia o perjudica de cara al 28 de mayo. Analizando hasta las costuras el último tracking electoral. Al cuerno con lo que pueda pensar la plebe. A ellos les interesa mucho más el eco que sus palmeros puedan provocar en las redes sociales, el objetivo es hacer mucho más ruido que sus rivales porque la conveniencia y legitimidad de unas declaraciones, incluso de unos hechos, se miden ahora en decibelios y likes, despreciando cualquier crítica, aún la fundada argumentalmente.

Bolaños y Ayuso se sabían en Madrid el objetivo de todas las cámaras y aprovecharon para realizar su particular showbusiness. No se diferencian mucho de los cachas y las siliconadas que se deshacen en gritos y lágrimas en programas de consumo rápido. Pero unos y otros tienen éxito en esta sociedad del postureo. En el refranero castellano lo tienen muy claro: ‘ande yo caliente...’. Pues nada, que disfruten todos de sus minutos de gloria y sus billetes de euros, que yo me quedo aquí con mi vergüenza ajena.

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