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MI amigo Carlos Atienza me acaba de enviar un corto y sustancioso ensayo sobre la enorme escritora hispano-mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, y al leerlo se me hace aún más incomprensible que esta escritora de primerísimo nivel no sea reivindicada por ninguna de las muchas promotoras de la literatura femenina que hoy ejercen su labor en periódicos y revistas... Y llego a la conclusión de que la ocultan porque era monja.

Se llamaba Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana y nació a mediados del siglo XVII (1648 o 1653). Fue la tercera hija natural de un militar español (del que nada se sabe) y de una madre criolla que también dio a luz a otros tres hijos con otro militar español.

Siendo niña, Juana pidió ir a estudiar a la universidad de México vistiendo atuendo de varón, porque las mujeres tenían prohibida la entrada en tan selecta escuela. En el siglo XVII la “salvación” de una mujer solo podía realizarse en el camino del matrimonio o el de la clausura.

En siglo XVII Sor Juana Inés de la Cruz aportó un sólido despertar de las mujeres más vanguardistas. Mujeres relevantes y reconocidas. En ese siglo todo quedó trastocado en Europa: alianzas y política, religiones, pensamientos, ciencias; en el siglo diecisiete tomó cuerpo la idea de que estaban empezando unos nuevos tiempos y, puestas a romper moldes, un puñado de mujeres que empezaron a dar patadas a los tabúes.

La voluntad de alcanzar el mejor nivel de conocimientos de todas esas luchadoras les obligó a tomar decisiones sobre sus vidas, por ejemplo sobre su estado civil. En un tiempo en el que la mujer solo podía optar entre el matrimonio y la clausura, dos caminos que cercenarían su libertad y su creatividad, ellas se dieron a conocer porque se mantuvieron solteras o pudieron realizarse en la viudez, pero en cualquier caso, liberadas de la tutela de un marido.

Sor Juana Inés de la Cruz optó por la clausura pensando que ahí la sombra del marido no le impediría seguir estudiando y escribiendo, pero se equivocó: las tupidas telarañas de las reglas eclesiales la fueron envolviendo hasta infligirle el mayor de los castigos: el de tener que renunciar a sus libros y la de humillarla hasta sentirse obligada a firmar su último escrito, en el libro de su convento, añadiendo la mención “Yo, Juana Inés de la Cruz, soy la peor de todas”.

Cerca del parque donde está instalado el templo de Debod hay una estatua de Sor Juana, obra del escultor cántabro Enrique Criach, que fue donada al pueblo de Madrid por el de México.

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