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A Pedro Sánchez lo echaron de Ferraz tras enrocarse en el “no es no” contra Rajoy y siete años después intenta cerrar la vergonzante crisis del “sí es sí”. Suele ocurrir cuando se legisla con poca cabeza y mucha trinchera, y se desprecia la opinión de los expertos que no le dan la razón al promotor de la norma. Pasa cuando el cálculo electoral puede más que la lógica y cuando los plazos los dictan las encuestas en lugar del sentido común. Legislar no es hacer un eslogan, por mucho que la ministra de Igualdad, diga que “Sola y borracha, quiero llegar a casa”. Ese tipo de consignas, solo sirven para pintar pancartas. Y el “solo sí es sí” puede que sea un lema vistoso en la calle, pero está siendo desastroso en los tribunales. Irene Montero está acostumbrada a juzgar a la gente, pero no soporta que a ella la juzgue nadie. La ministra decide quién es un maltratador, un acosador o un explotador sin necesidad de que haya un proceso. También dicta qué es la violencia de género y quién la ejerce sin que hagan falta pruebas. Y si alguien le lleva la contraria, lo hace porque es un fascista, un machista, un siervo de los poderes mediáticos o un capitalista despiadado. Irene es infalible y para confirmárselo a sí misma cada día, se ha rodeado de un grupo de “palmeras”, que alimentan su ego e impiden que entren en su ministerio voces discordantes. Nadie en las siete plantas del edificio debe alterar el coro que repite un mismo estribillo, para hablar de la desigualdad o romper los techos de cristal.
En Psicología, la carrera que estudió la ministra y que no ha ejercido, a todo esto se le llama “superioridad ilusoria”. El síndrome lo describieron dos psicólogos norteamericanos llamados David Dunning y Justin Kruger. Quienes lo padecen son personas incompetentes que sobreestiman sus cualidades y subestiman a los demás. No escuchan, ni valoran al resto porque, víctimas de su ilusión, siempre piensan que tienen la razón. Irene Montero cree que encarna la Igualdad y la liberación de la mujer. Y precisamente por eso debería haber dimitido.
Desde su atalaya ilusoria ha provocado justo lo contrario a lo que pretendía, aunque ella solo vea a jueces machistas que aplican mal su ley. Si de verdad pensara en las mujeres que hoy tienen más miedo porque sus agresores están en la calle o más cerca de ella, se tendría que haber ido después de pedir perdón. Debería haber bastado con uno y ya van 400. Y eso es para marcharse a su casa, sí o sí.
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