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Sí (o no) es solo lo que yo digo

Martes, 31 de enero 2023, 04:00

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La ley del “solo sí es sí” no ha dejado de darnos disgustos desde que se puso en vigor.

No es que tuviera mala intención (lo repito por enésima vez para que el Ministerio de Igualdad deje señalar al mundo entero como si persiguiera su “bondad”, única en el planeta), es que partió del desconocimiento y de la arrogancia de no considerar las advertencias de los expertos. Uno puede equivocarse, claro , pero ha de reconocer los errores y enmendarlos. No es el caso.

Ahora mismo, el Gobierno, que ve que se le tuerce la estrategia electoral, por fin, tras casi trescientas reducciones de condena a agresores sexuales y más de tres decenas de excarcelaciones ha decido que es necesaria una reforma que, por otra parte, no subsanará el mal hecho hasta el momento y que ojalá no lleve a lamentar desgracias peores si se producen esas reincidencias, que son más que habituales en estos delitos, y dejan víctimas a costa de los beneficios penitenciarios producidos por la tan traída y llevada ley.

Más allá de que la ministra Montero y sus acólitas no reconozcan culpas, se empecinen en que esta reforma supondrá un retroceso en los derechos conseguidos y sigan culpando a los jueces, buena parte de la sociedad, más que harta de la guinda del pastel de la soberbia ministerial, demanda la dimisión de la titular de Igualdad. Pero Irene ni se plantea dimitir. Tal vez ayuda a su firme decisión de no abandonar, que sus más acérrimos seguidores sigan una especie de consigna de atribuirle toda suerte de “torturas” por parte de sus detractores, con el ánimo de convertirla en mártir.

El caso es que ahí sigue y sin voluntad de abandonar su cargo. Es curioso que ahora que el Gobierno podría liberar a algunos de sus ministros para dedicarlos a otras tareas de campaña no se haya planteado siquiera apartar a la que más controversia ha suscitado; pero es que Irene Montero está blindada por Podemos, haga lo que haga y diga lo que diga. Y lo peor es que al sentirse tan respaldada se cree sus propios disparates y considera sus méritos feministas por delante de los de las feministas históricas, genera una división peligrosa entre las propias mujeres y les provoca un enfrentamiento ridículo con los hombres.

Se cree tan en posesión de la verdad como para defender lo indefendible y pensar que sí (o no) es solo lo que ella dice...

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