Se nos va la pinza
Así se expresaba hace unos días el juez Calatayud en su blog: “Se nos va la pinza, y de qué manera”. Hacía este comentario en ... referencia a algo que esperemos no se ponga de moda, el paso del “balconing” al “tejading”. Algo así de original como subirse a los tejados para hacer botellón y lo que surja, pudiendo en algunos casos si se tercia lanzarse a la piscina. Ciertamente parece que nuestra sociedad de hoy hace agua en algunos momentos. Pero quizá no pueda ser de otra manera si no echamos el freno y analizamos en primera persona nuestras actitudes y comportamientos, muchas veces antisociales. Cada día es más frecuente escuchar la queja y el lamento ante distintas realidades y noticias que acontecen. Sin embargo no se escuchan de la misma manera aportaciones y alternativas, o cuando se escuchan no acaban de tomar forma. Parece que nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato, a coger el toro por los cuernos, a ponerse las pilas, a lanzarse a la piscina, pero de una manera adecuada llamando a las cosas por su nombre, situando cada cosa en su sitio y encontrando un sitio para cada cosa. Se nos va la pinza señor juez, tiene usted si no toda, mucha razón. Ahora bien, me temo que está usted muy solo aunque su visión es compartida por muchos, más de los que parece, pero pocos se atreven o nos atrevemos a decirlo y mucho menos a plantear públicamente alternativas que implican seguramente la incomprensión, el desprecio, la crítica,... o incluso el insulto.
La pinza no se nos ha ido de repente, es un camino de largo recorrido. Se comenzó cediendo un poco y luego otro poco, se cedió en esto y en aquello, se normalizó esta actitud y aquel comportamiento, se nos olvidó este límite y aquella norma,... Muchas veces bajo el paraguas de una falsa progresía, de un engañoso modernismo. Entramos en una dinámica de doble moral, dando por válidas, apelando al respeto y a la libertad de expresión, todo tipo de opiniones sin ser conscientes muchas veces del alcance de las mismas, incapaces de manifestar discrepancia y contrariedad ante ellas. Quizá pensamos que hacerlo nos convierte en antiguos, trasnochados, pasados de moda y no sé cuántas cosas más, traicionando así a la humanidad y dejando de lado algo que hay que poner en valor y se llama educación.
No voy a enumerar múltiples situaciones en las que daría la razón al juez andaluz, pero invito a quien corresponda, es decir a usted y a mí, a pensar en algo tan de ahora como la fiesta interminable en nuestros pueblos, hasta las ocho de la mañana ¿Alguien está dispuesto a preguntarse quién, cómo y de qué manera se vive la fiesta? ¿Nos parece suficiente con que nuestros jóvenes vuelvan a casa en taxi? ¿Sólo nos preocupa que vuelvan y no cómo vuelvan, más allá del medio de transporte? Si es así, se nos ha ido la pinza.
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