Querer y no poder

Denuncian los hosteleros que, mientras sufren restricciones, hay jóvenes que pasan frente a sus establecimientos con bolsas llenas de alcohol y hielo para continuar la fiesta en casa. Las familias y amigos se reúnen ajenos a que este bicho no sabe de afectos. Por eso, sólo nos queda la responsabilidad individual, la prevención, la distancia... y confiar en que los científicos nos saquen de este atolladero.

La Universidad inicia el curso bajo el mantra de la “presencialidad segura”. Según la RAE, un oxímoron es una combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto. En el presente, estamos ante un buen ejemplo. No existiendo el riesgo cero, solo debemos asumirlo si se reduce hasta tal punto que las ventajas derivadas de incurrir en él superen con creces a la posibilidad de que ese peligro se haga realidad.

El contacto personal es un valor sagrado en la enseñanza. Por ello, se han elaborado mil planes y otras tantas medidas de prevención, habrá gel para bañar las facultades, pero el descomunal trabajo desarrollado durante este tiempo por las autoridades universitarias puede disolverse como un azucarillo al depender del voluntarismo: de los estudiantes, que siempre deberán sentarse en el mismo lugar, respetando sus turnos de asistencia; de todos, manteniendo escrupulosamente las normas de prevención en el trabajo y en nuestros domicilios, vigilando nuestra relación con los demás. Alguien tendrá que ventilar continuamente y habrá que extremar la salubridad de la climatización por aire si aspiramos a no resfriarnos, que esa es otra. A los conserjes se les encomendarán tareas parapoliciales y disolverán a los grupos de conversadores.

Los centros miran al Rectorado, y éste a la Junta. Ya sabemos quién -o qué- nos robó el mes de abril. ¿También borraremos octubre de nuestras vidas? ¿Existe, realmente, la presencialidad segura?