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Quedó bien explicado ayer en este periódico lo que traslada a la sociedad castellano y leonesa la baja participación de sus representantes públicos en los actos de celebración del día de su Comunidad: la carpa de Villalar y los premios que se otorgan anualmente a distintas personalidades de la vida social. Unos y otros justifican sus ausencias a cuenta de guerras particulares, con las que lidian ya en las Cortes y en los medios, día sí y día también. Me parece impresentable su actitud, por lo tanto, ante lo que deberían ser fiestas de todos y para todos.
No encuentro otro motivo que el hecho de no sentirse cómodos en determinados escenarios, donde reciben críticas más o menos airadas, o preguntas de periodistas o personas invitadas, que nos les apetecen a sus señorías escuchar ni atender. Si es así, además de pueril, me resulta grotesco. Es de pura lógica que quienes asumen las responsabilidades propias de esos cargos a los que acceden de manera absolutamente voluntaria, y por los que cobran copiosos sueldos del erario público, se convierten en objetivo natural de las críticas. Ellos y ellas son quienes toman decisiones que nos afectan a todos los ciudadanos en nuestra cotidianidad. Y no de manera baladí. Me hace gracia – en realidad ninguna, pero digámoslo así- que los que ocupan poltronas acepten las prebendas con sumo gusto; nunca las críticas, como si éstas fueran siempre injustas o injustificadas.
El presidente de la Junta de Castilla y León acudió a la cita. Lo mandan su cargo y su responsabilidad. Sin embargo, lo hizo poco acompañado: altos cargos de su gobierno de coalición prefirieron las redes sociales, para justificar su no presencia, que nadie quería, por otro lado. De modo que sobraban sus comentarios abusivos, irrespetuosos e innecesarios. Suele decirse que excusatio non petita, accusatio manifesta. Lo mismo por ahí va la cosa.
“Los actos de Villalar de los Comuneros son simple reivindicación”, pude leer los días previos a las celebraciones, como si que la gente se manifieste, reivindique o se queje, en la medida que entienda, siempre dentro de unas normas de respeto y convivencia razonables, fuera poco menos que un delito. Más excusas. ¿Sería posible celebrar una sola fiesta, en este nuestro país, como decía la canción del genial Joan Manuel Serrat en la que se igualaran el prohombre y el villano, siquiera por un día, y que cada uno decidiera si cree más en la historia de Padilla, Bravo o Maldonado? Por fortuna, se celebró un año más el Día de Castilla y León, si bien, con más pena que gloria, gracias a que existe democracia: eso que algunos parecen querer cambiar, para así poder callar aquellas voces que consideran críticas. En fin, a Bogart siempre le quedará París, mientras que a otros, Pingüinos, con casco y sin moto. Al fin y al cabo, son de atrezzo.
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