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A sí, por sorpresa, la noche envolvió al día, la mañana se volvió entre ácida y amarga al son de una música malsonante, provocada por el aullido desgarrador

de las sirenas que anunciaban un triste final de fiesta. Era el alba del domingo en Alba y el ocaso al alba de cuatro vidas en Alba. La villa ducal comienza a sentir la humedad provocada por las lágrimas de sus hijos, que no aciertan a entender, como no puede ser de otra manera, una tragedia de tal alcance. Desbordados, descolocados, destrozados, deshechos en mil pedazos, salpicados por la rabia y la impotencia van escuchando y asumiendo la triste, dura y cruda realidad. Ahogando su angustia entre suspiros, ayes y lamentos o desgranando una oración los más creyentes, aunque por más que recuerdan las palabras de la Santa “la paciencia todo lo alcanza” o aquello de “nada te turbe, nada te espante” no encuentran calma ni sosiego, es muy difícil, casi imposible. Cuatro hijos del pueblo, parte del futuro y la esperanza, se han hecho pasado para siempre en una curva del camino de la vida. Con ellos se han ido ilusiones y esperanzas, expectativas de futuro y miles de sueños que nunca se harán realidad.

No sirve darle vueltas ni tratar de encontrar explicaciones, tampoco es tiempo de quejas ni lamentos, ni de juicios y condenas. Pero más allá de las lágrimas, que todos hemos de llorar porque la aflicción que no se libera con lágrimas otros órganos las derraman, estamos llamados a continuar haciendo camino, intentando que los pasos que demos nos lleven a un final distinto al de estos cuatro jóvenes.

Es tarea de todos, no podemos continuar mirando hacia otro lado ni echando balones fuera. Estamos generando un mundo con muchas carencias existenciales y asistenciales. Las primeras a consecuencia de una vida vacía de contenido y carente, muchas veces, de sentido. Las segundas como resultado de una sociedad cada vez más cainita, egoísta e individualista. Algo estamos haciendo mal, cuando el final de muchos jóvenes es igual o parecido al de estos cuatro. Ellos no son culpables si no víctimas. Víctimas de un mal sistema, de una deshumanización, de una mala educación, de un mundo confuso y confundido que confunde, despista, desconcierta. Un mundo que vende humo, más preocupado del envase que del contenido, vendiendo espejismos y no realidades.

Es el momento de la rebeldía, de decir ya está bien, ya vale, ya basta. Porque nuestros jóvenes nos importan, porque los necesitamos, porque los queremos, porque son nuestro mañana, porque tienen mucho y muy bueno y no nos lo podemos perder, ni ellos ni nosotros. Pongamos las cartas boca arriba, analicemos con humildad y honestidad y busquemos respuestas adecuadas. El otro puedo ser yo, sus hijos los nuestros.

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