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Digamos que el esperpento se ha hecho costumbre. No hay escándalos con este Gobierno, sino mera rutina. El sometimiento de las más altas instituciones de nuestra democracia al interés espurio del presidente se ha convertido en costumbre, en norma, en santo y seña del sanchismo. Nos desayunamos cada día con un sapo vomitivo que convierte en plato gurmet al anterior. Asistimos a los días de la ignominia curados de espanto.

¿Alguien cree que Pedro Sánchez no será capaz de superar el deshonor y la vergüenza que ha supuesto la entrega a los golpistas catalanes de la cabeza de la directora del CNI? Pues que no haga apuestas: quedan casi dos años de mandato y cada afrenta supera la anterior. No se ve otro límite en el horizonte que las elecciones generales. Y Sánchez no se está “autoinmolando” como declaraba ayer Núñez Feijóo. Al contrario, todo lo que ha hecho y dicho desde que estalló el escándalo del Pegasus ha sido un supremo ejercicio de supervivencia a costa de humillar al Gobierno de todos los españoles y de poner de rodillas a los servicios secretos ante esa panda de delincuentes que le acompaña en su aventura.

Entre esa nube de tinta que cual calamar ha extendido el Gobierno sobre el caso del espionaje, podemos distinguir unas cuantas realidades que el aparato de propaganda no puede camuflar. El CNI ha espiado a los líderes del golpe de Estado del 1-O y a los dirigentes de la sublevada Generalidad que amenazan con repetir la declaración unilateral de independencia. Lo ha hecho cumpliendo su sagrado deber de defender España de sus enemigos. Se les han pinchado los teléfonos porque estaban (están) organizándose para repetir el golpe y han promovido desacatos y actos de violencia callejera. El Gobierno tenía conocimiento de esos pinchazos desde el momento en que se produjeron, aunque se empeñe en negarlo. Alguien ha espiado con el mismo sistema al presidente Sánchez y a medio Ejecutivo, pero no sabemos quién ha sido, aunque las sospechas más fundadas recaen sobre los servicios secretos marroquíes. La responsabilidad de no haber impedido que accedieran al teléfono de Sánchez recae en primer lugar sobre el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. El CNI avisó hace ya dos años al Ejecutivo de la conveniencia de revisar sus móviles ante las sospechas de que pudieran estar siendo atacados. La directora del CNI hasta el pasado martes, Paz Esteban, no ha hecho sino cumplir con su deber. Los delincuentes y aspirantes a delincuentes que apoyan a Sánchez han pedido que rueden cabezas por haber sido espiados, amenazando con dejar caer al Gobierno, y Sánchez les ha entregado la de Esteban a modo de carnaza para amansar fieras. La ministra de Defensa, responsable última del CNI, ha defendido la honestidad y la labor ejemplar de Esteban justo hasta el momento en que Sánchez ha exigido echarla con deshonor a cambio de su supervivencia. Margarita Robles ha acabado así con el prestigio atesorado durante su mandato al frente del Ministerio y vuelve a la casilla de salida: al oprobio que supuso su participación como gran muñidora del acuerdo del PSOE con los golpistas de ERC, los proetarras de Bildu, los apañanueces del PNV y los comunistas bolivarianos de Podemos para desbancar a Mariano Rajoy de La Moncloa. Al final, su devoción por Sánchez ha pesado más que su sentido de la justicia, la lealtad y el amor a España.

Así queda demostrado que con Sánchez quienes cumplen con la ley y con su deber de defender España son castigados de manera fulminante, mientras que quienes conspiran y trabajan sin descanso para saltarse la ley y romper España son recompensados con todo tipo de prebendas. Así la reputación de nuestros servicios de espionaje, a pocas semanas de la cumbre de la OTAN en Madrid, queda por los suelos y el Gobierno se somete al chantaje de los rebeldes. Pero Sánchez podrá seguir luciendo perfil por los círculos de poder de Europa, que es lo que le mola.

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