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Lolita, ya Lola, también y por derecho, se aparta la melena rizada de la cara antes de contestar a la pregunta sobre la medalla de ... su madre. Y mirando de frente, con esa media sonrisa maliciosa pintada en la cara, dice: “Me ha sorprendido que se la den ahora. Lleva 28 años muerta. Todo reconocimiento es bueno, pero un poco tarde, también”.
Aún así, Lolita ha agradecido, con la pasión con que lo hubiera hecho su madre, andaluza hasta por las costuras, esa medalla de la habría enorgullecido y emocionado; pero no ha dejado de señalar a los políticos que espera que la de su madre “sirva de precedente y que las condecoraciones se den en vida para que las condecoradas las disfruten”. Así son las cosas. O así es España. Capaz de adorar y destruir en el mismo día a la personalidad más destacada, Y también de no reconocerle toda su grandeza hasta que desaparece.
Enterramos bien a los muertos, pero no arropamos igual a los vivos. Lola, la ya hija predilecta de Andalucía, tuvo un inmenso reconocimiento, seguimiento y cariño por parte de españoles y foráneos en vida; pero también sus errores (su deuda de Hacienda entre ellos), le pasaron factura y provocaron, tal vez, que se retrasaran las distinciones que más feliz le hubieran hecho. Como esta medalla de Andalucía, la tierra que llevaba en las venas y que consiguió engrandecer en el mundo entero, gracias a presumir de su procedencia y de su acento.
Y más allá de eso, en este día cercano al 8 de Marzo, Lola conviene reivindicar muchas cosas en su nombre. Cómo una mujer como ella consiguió ver reconocidos sus méritos artísticos, sin dejarse restar ninguno, por ser mujer, como le había pasado a tantas otras de la historia. Y más allá de todo eso, como una mujer, en un tiempo donde había que abrir a patadas las puertas de los derechos, se los ganó todos a pulso e hizo lo que le dio la gana. Para empezar, amar a quien quería, cuando quería y donde quería. Lo más prohibido para las mujeres.
Lo que más temían los hombres, que se jactaban de tenerlas encerradas en sus jaulas de oro. Para cualquier varón de su tiempo, eso la convertía en una auténtica mujer fatal, de las que había que temer porque te podían llevar al disparate... Pero lo que era, solo era una mujer libre, capaz de saltarse las normas establecidas por los hombres y seguir cosechando éxitos y respeto profesional y personal. Merecía la Medalla de Andalucía y merece la de la España cuya marca llevó por todo el mundo y que contribuyó a cambiar con su desparpajo, su valentía y su libertad. Gracias, Lola Flores.
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