La hucha y el banco
NAVEGANDO por mi memoria he recordado que, en mi pueblo, cuando nacía un niño (y también una niña, que ahora hay que tener cuidado con ... las expresiones) existía la costumbre de que los abuelos (en algunos casos los padres) iban al banco a Arévalo, que era donde estaba la oficina, abrían una cuenta a nombre del recién llegado/a tutelada por ellos y recogían una hucha, que solo se podía abrir en la entidad financiera. Uno de los primeros recuerdos de mi infancia es justamente la hucha. En mi caso era del Banco Central, metálica, pesaba lo suyo, de color plata y de forma ovalada con un asa. En un extremo tenía un agujerito para meter los billetes de una peseta (que existían) enrollados, mientras que en el otro había una ranura, con un mecanismo de bloqueo, por la que se introducían las monedas. Desde nuestra más tierna infancia cada vez que nos daban una propina nos “recomendaban” que fuera a parar a la hucha, para que se llenase pronto y llevarla al banco. Cuando estaba repleta, el premio consistía en viajar hasta Arévalo, ir a la sucursal, comprobar como el bancario abría la hucha y apuntaba en la cartilla la cantidad correspondiente. Salías de allí con la hucha vacía y preparada para ser llenada otra vez y, sobre todo, volvías con algunos dulces o algún juguete que siempre “caía” en las tiendas de al lado, en justa recompensa por haber practicado lo que se suponía que era una virtud, el ahorro.
He sacado todo lo anterior de mi “Baúl de los Recuerdos”, como cantaba Karina, cuando leí ayer la cantidad de personas que viven en nuestros pueblos que no disponen de oficina bancaria en los mismos. Y he recordado que en el mío no la hay, por lo menos desde 1960. De antes no tengo constancia. Y no pasaba casi nada, a pesar de que no existían los medios de transporte que hay ahora, de que casi nadie tenía coche y de que había que utilizar el autobús de línea para ir hasta Arévalo. Y, en el caso de las personas que no podían desplazarse por enfermedad o por ser muy mayores se arreglaban las cosas de tal manera que, si necesitaban dinero, firmaban un cheque y alguien que iba al banco se lo cobraba. ¡Ojalá hubiese una oficina bancaria en todos los pueblos por pequeños que sean y también una escuela, un médico con carácter presencial, una tienda, un bar, una frutería y una pescadería! Pero, siendo realistas, no puede ser. Y con lo anterior no quiero justificar el cierre de oficinas bancarias. Ni mucho menos. Y no soy sospechoso de ser enemigo del medio rural, de nuestros pueblos y de la actividad agraria que se desarrolla en los mismos. Lo único que planteo es que, para frenar la despoblación, se deben proponer medidas realistas, sobre todo, porque la hucha no volverá.
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