La discípula tímida de Ayuso
Castilla y León es como la discípula tímida y recatada de Madrid. Desde que Isabel Díaz Ayuso llegó al poder tras aplastar a socialistas y ... comunistas y contener el ímpetu de Vox, Alfonso Fernández Mañueco y sus consejeros siguen la estela de la rutilante figura del PP, pero van siempre un paso por detrás, o dos.
El último capítulo de ese seguidismo timorato lo hemos vivido con el conflicto de los libros de texto impuestos por la Ley Celaá. Mientras la lideresa madrileña ha arremetido con toda la artillería contra el intento de manipulación de las mentes de nuestros niños, en la Junta de Mañueco apenas se atreven a levantar la voz y andan todos con pies de plomo, asustados ante la posibilidad de un choque frontal contra el Gobierno. Al PP de esta tierra se le puede acusar de todo menos de osado y valiente.
La consejera de Educación estuvo el viernes en Salamanca para entregar unos premios a emprendedores y demostró que, al contrario que los audaces jóvenes inventores, Rocío Lucas prefiere contemporizar sin asumir riesgos. Mientras Ayuso ha presentado un recurso, que acaba de admitir el Tribunal Supremo, contra el adoctrinamiento que impone el nuevo currículo de Bachillerato, la consejera se limita a sugerir que mandará inspeccionar los manuales diseñados por el Ministerio, pero dejando claro que Castilla y León no quiere guerra y que cumplirán la ley.
Al ya conocido “concepto atemporal” de la historia y la eliminación de la Filosofía, que para el Ministerio es una asignatura peligrosa por cuanto enseña a pensar por sí mismos a los futuros votantes, se añaden términos y expresiones que hacen de ese currículo todo un compendio de consignas políticas del pensamiento de extrema izquierda.
En esa Historia de España en la que no existen las épocas, los siglos ni los años, el Ministerio hace malabarismos para no hablar de España, de la nación española o del sentimiento de ser español. Así lo que aparecen son conceptos como la “diversidad identitaria” o las “identidades que tienen que ver con el sentimiento nacional”. Unas definiciones que firmarían a cierra ojos personajes tan amigos de lo español como Oriol Junqueras, Arnaldo Otegui o Pablo Iglesias.
La ideología de género no solo está presente, sino que impregna todo el currículo y lo hace en su concepción más extrema. En el texto del Ministerio se habla de los “mecanismos de dominación, control, subordinación y sumisión” y de las “relaciones de género y su presencia en la historia”.
Las Matemáticas no se salvan de esta apabullante carga ideológica, cuando propone considerar “además de la validez matemática, diferentes perspectivas como la sostenibilidad, el consumo responsable, la equidad, la no discriminación o la igualdad de género”. Por supuesto, no se trata de sumas, restas o ecuaciones, sino de algo mucho más profundo, mucho más ‘progresista’ en el término más extremo del progresismo, porque las matemáticas deben “respetar las emociones y experiencias de las y los demás, escuchando su razonamiento, identificando las habilidades sociales más propicias y fomentando el bienestar grupal y las relaciones saludables”.
La Química, que parecería otro campo neutro, tampoco queda fuera de ese foco manipulador porque en las reacciones de los elementos químicos el alumno debe conseguir también “el desarrollo económico y la búsqueda de una sociedad igualitaria”.
Y lo que se conoce de los libros de texto emanados de la Ley Celaá sigue el mismo derrotero. No es cuestión de inspecciones sino de darle la vuelta al proyecto del Gobierno para evitar que diseñe una sociedad a imagen y semejanza del socialismo extremo, el comunismo bolivariano y el separatismo antiespañol. Con este Gobierno no se puede contemporizar. Hay que ir de frente y con todas las armas legales al alcance de las instituciones. Nos jugamos el futuro de nuestros hijos.
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