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Ya sucedió el pasado mes de noviembre, cuando un misil cayó en territorio polaco, territorio OTAN, y el mundo entero mantuvo la respiración durante tensas horas en las que no sabíamos si había comenzado la Tercera Guerra Mundial o algún milagro podía todavía evitarla. Entonces fue el jefe de la CIA, William Burns, el que se presentó en Varsovia y habló con quien tenía que hablar para que oficialmente aquello fuera un misil ucraniano extraviado, no un misil ruso. Todos estuvimos convenientemente de acuerdo y la guerra siguió como si no tuviese que afectarnos necesariamente.

Ahora pasa otra vez: dos cazas de combate rusos SU-27 Flanker han forzado el derribo de un dron MQ-9 Reaper del Ejército de Estados Unidos que volaba sobre las aguas internacionales del Mar Negro y volvemos a refrenar el instinto de pánico a que tenga que activarse el artículo 5 del Tratado de la Alianza, el de todos para uno. Los rusos no dispararon, sino que vertieron combustible sobre el dron y volaron a su alrededor hasta tocar una de sus hélices traseras, lo que llevó a los mandos estadounidenses a decidir estrellarlo contra el mar. Juegos de guerra.

Ante un hipotético tribunal internacional, no podría defenderse fácilmente que se trató de un ataque, por lo que queda en entredicho si debe activarse o no el temido artículo, pero estamos en la raya, en la frontera entre la guerra mundial y la paz precaria. No vivimos en guerra, pero tampoco vivimos en paz, y todo esto sin que nadie nos haya preguntado nada. Caminamos al borde de un abismo insondable sin haber votado. No digo ya un referéndum sobre hasta qué punto debemos inmiscuirnos en esta guerra: si queremos o no entrenar soldados ucranianos en nuestro territorio o si queremos o no enviar tanques a Ucrania. Me refiero a un mísero debate parlamentario, de esos que el votante necesita pero que finalmente detesta por lo zafio y grotesco del “y tú más” o el “esto no me lo dices en la calle”. Ojalá se lo dijese en la calle en lugar de en el Congreso de los Diputados, que requiere otro nivel de dignidad y trascendencia. Pero nada de eso: llevamos al Congreso mociones de censura de salón, exhibiciones de musculito inconsistentes. Jugamos a nuestra propia guerra imaginaria, en lugar de hablar de lo que nos estamos jugando en la auténtica y pedir explicaciones por cada paso que damos y por cada paso que dejamos de dar en dirección a uno u otro bando. Permitimos que nuestros gobernantes desfilen por Kiev para hacerse fotos, pero no les pedimos cuentas o información fidedigna de lo que está ocurriendo en un frente que no deja de ser el nuestro. Sun Tzu dejó escrito que el arte de la guerra consiste sobre todo en someter al enemigo sin necesidad de luchar y esta guerra, la de someternos, alguien la ha ganado ya.

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