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¿Y tú me lo preguntas, querido Pedro?, el «sanchismo» eres tú… Así podría haber acabado cualquiera de las entrevistas, que estos días está concediendo el presidente del Gobierno, en los medios en los que apenas ha pisado en esta legislatura. Así, parafraseando la rima de Bécquer, podría haber concluido cualquiera de esos diálogos. Sánchez basa su despliegue mediático en desarmar dos mantras que ve injustos. El primero es negar que haya mentido y lo hace disfrazando la falsedad, de cambio de posición. El segundo es la negación del «sanchismo», una burbuja inventada, según él, para presentarle como el culpable de todo.
Las dos cuestiones están ligadas, porque solo desde el «sanchismo» se explican sus abandonos de los principios. El presidente convirtió, hace ya tiempo, su supervivencia en el eje de su acción política, aunque eso le haya supuesto dejar de mirarse al espejo con sinceridad. El «sanchismo» es comenzar el mandato recibiendo a los migrantes del «Aquarius» y acabar poniéndose de perfil en la tragedia de Melilla, para no enfadar a Marruecos. También es cambiar la posición sobre el Sáhara, después de que accedan a su móvil, sin explicárselo a nadie.
El «sanchismo» consiste en prometer tipificar los referéndums ilegales y acabar indultando a los que lo han convocado. También se basa en presentar una moción de censura contra la corrupción para, una vez en el poder, rebajar la malversación porque la han cometido tus amigos. El «sanchismo», es negar que se ha gobernado con Bildu, cuando se ha pactado con ellos, se ha redactado con Otegi la ley de memoria democrática o cuando se ha acordado la salida de la Guardia Civil de Navarra. Todo aliñado con gestos como el pésame por el suicidio de un terrorista en el Congreso.
El «sanchismo» también es la manipulación del CIS, el falso insomnio por gobernar con Pablo Iglesias, es permitir que se arrincone el castellano en algunas zonas de España, es decir que sobra el ministerio de Defensa para después elevar el gasto militar, es basar las decisiones de una pandemia en un inexistente comité de expertos y es también desconocer con exactitud la cifra de muertos. Y el «sanchismo» es aprobar y defender en Consejo de Ministros, una ley nefasta que ha beneficiado a un millar de violadores, para acabar personalizando el error en una única ministra que sigue sin ser cesada. Podría seguir con el repaso, porque da para más, aunque creo que ya es suficiente. Casi todos los presidentes han tenido que renunciar, alguna vez, a sus principios. Pero ninguno lo ha convertido en rutina, lo ha revestido de algo lógico y ha acabado atacando al mensajero que lo denuncia. Todo eso también es el «sanchismo», querido Pedro. ¿Y tú lo preguntas?
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