Inflación de cargos
La Función Pública española, como la de cualquier país democrático avanzado, es uno de los pilares del Estado, por eso es preciso que los gobiernos ... la doten de calidad profesional y de estabilidad institucional.
La Ley y la Constitución Española exigen que para entrar en la Función Pública se empleen los criterios de selección de mérito y capacidad, vale decir: mérito es un buen curriculum y capacidad son conocimientos y saber utilizarlos. Esos criterios deben medirse mediante pruebas objetivas. Pero ya hace años que la Función Pública española está plagada de interinos, un interinaje que dura muchos años y provoca inestabilidad laboral en numerosos ámbitos, incluido el de la tan maltratada y valiosa Sanidad Pública. De hecho, hay enfermeros y médicos que llevan empalmando interinajes bastante más de una década. Además de la tara del “enchufismo”, que sigue siendo en España una plaga que no cesa.
En los países más adelantados, en cuanto al funcionamiento del Estado, para ocupar el nivel de subsecretario es exigido ser funcionario de carrera. En España, una ley aprobada durante los gobiernos de Felipe González obliga a que el nivel de Director General sea cubierto por funcionarios de carrera. ¿Se cumple esa ley? Me temo que se sortea con asiduidad. Las leyes sobre cargos públicos son ignoradas en España con una continuidad digna de mejor causa.
En un momento en que todos vemos nuestra dramática situación social, los españoles tenemos que sostener el Ejecutivo más nutrido de la historia, repleto de cargos y “cargas” de carácter puramente ideológico y nula utilidad práctica. Cuatro vicepresidencias, veintidós ministerios, doscientos cincuenta y nueve altos cargos... Una estructura disparatada y sin precedentes y, desde luego, gravosa para el erario pública y opuesta a las recomendaciones tanto nacionales como europeas. Pues en esta condición lo más lógico y necesario es que la Administración suprima gastos superfluos.
Este dislate se inscribe en otro mayor y es la invasión de la sociedad por parte de partidos políticos profesionalizados, es decir, con una enorme cantidad de afiliados que jamás han trabajado fuera de los aparatos de los partidos. A eso se ha unido últimamente el caudillismo que han traído consigo las llamadas primarias, donde se elige a una persona a la cual no se le otorga el liderazgo sino la plena propiedad del partido. El paradigma de ese modelo antidemocrático es el actual PSOE de Pedro Sánchez.
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