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Hijos de la austeridad

Lunes, 19 de abril 2021, 05:00

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Nos llaman la generación de cristal. Generación Y o generación Z, millennials o centennials, en función de la socióloga que se tome de referencia. Tipologías clasificatorias de las Ciencias Sociales cuya conceptualización, muy útil, esconde algo más relevante: padecemos los mismos fallos estructurales hayamos nacido en 1988 o en 1999. Nos dicen que somos de cristal, atribuyéndonos características de los vidrios. Frágiles. Que nos rompemos en seguida cuando algo no sale como queremos. Inestables. Sobreprotegidos. Criados entre algodones. Que nos quejamos por todo. Instantáneos. Consumistas, como buenos hijos e hijas del capital. Sin sometimiento a ningún tipo de autoridad. Vagos. Fútiles. Mientras tanto, somos la primera generación en ¿siglos? que vamos a vivir en peores condiciones que nuestros progenitores. Eso que llaman el ascensor social parece que se ha atascado en los pisos superiores. Y las escaleras están en obras.

Creo que somos bastantes conscientes de ello. Tenemos que enfrentarnos a un mundo que nos echa las culpas de todo. Aunque flaco favor nos hace cierto concejal del PSOE al que pillaron de fiesta diciendo “son imprudencias propias de la juventud”. Excusa flojita y argumento erróneo. Porque la verdad es que vivimos en un país con un 40% de desempleo juvenil. O, dicho de otro modo, casi la mitad de las personas jóvenes no tiene oficio. Y esos 6 de cada 10 que trabajan, cobran un salario que puede ser hasta el 50% menor del que ganarían con la misma edad en los años 80. Para más inri, según el CSIC, mas de un tercio de las personas entre 18 y 29 años afirma que su estado de ánimo es “malo o muy malo”. Estamos como para que la Consejera de Sanidad vacile en el pleno de las Cortes con los problemas de salud mental. Pero bueno, no podemos estar tristes, que en el sistema capitalista las emociones negativas no tienen cabida: el tiempo que pasas llorando no estas produciendo, lo que nos convierte en fieles consumidores de ansiolíticos y antidepresivos. Y de salir a beber cada vez que podemos, a ver si tragamos, que la vida se nos hace bola. Generación de frágiles muñecos de porcelana, ¿eh?

Por suerte o por desgracia, esta generación de cristal es la que sostiene esta ciudad. No en términos sociodemográficos, pero sí siguiendo criterios económicos. Vivimos de los 27018 estudiantes de la Universidad de Salamanca. Los cuales, en su inmensa mayoría, pertenecen a esa generación tan “quebradiza”. Mientras, los mismos que cargan contra nosotros y nosotras, se echan las manos a la cabeza lloriqueando porque tenemos asumido que puede haber jueces con tatuajes; que una mujer no quiera ser madre; que los domingos no se va a misa; que la heterosexualidad no es normativa; o que el color de piel solo determina la cantidad de melanina de una persona. Dadas las cosas que se leen, señores, se lo voy a intentar explicar con la misma infantilidad con la que ustedes nos tratan. No pasa nada porque una familia tenga dos mamás o dos papás. No es el apocalipsis. Tampoco pasa nada porque un negro se presente a unas elecciones. No ennegrece nada, sea mantero o su vecino del cuarto.

Y con semejantes cifras de desempleo, el señor Escrivá quiere que trabajéis hasta que la incapacidad sea latente. Menos mal que es del partido socialista y obrero, no me quiero imaginar si fuese del de los señoritingos de apellidos compuestos. Pero bueno, también somos la generación más preparada de la Historia, ¿no? Y en esta ciudad de esto sabemos bastante. De esos casi 30000 estudiantes de la USAL -de los cuales, por cierto, el 60,6% son mujeres- hay 10533 que vienen de otras Comunidades Autónomas, lo que sumado a los casi 4000 que son de otra nacionalidad distinta a la española, tenemos 15000 personas ligadas a esta ciudad. ¿Y qué les ofrecemos? Una política pública bicéfala (o tricéfala, si me apuran) poco ambiciosa e ineficaz, que mantiene ese sistema de hace siglos en el que Salamanca es una ciudad de paso en la que recopilar buenos recuerdos del pasado, pero en la que nadie se plantea construir futuro. Una ciudad de cultura en la que solo ofrecemos alcohol barato enfocado al enriquecimiento de unos cuantos empresarios que no tienen tapujos en aprovecharse de las situaciones de poca opulencia de algunas estudiantes para pagarles 5 euros por hora trabajada.

Sin juventud, no hay futuro. Pero tampoco presente. Reflexionemos entre todos y todas soluciones para el futuro de una ciudad que, como vemos en verano, languidece. Sin jóvenes. Sin futuro. Y es que esos niños de cristal también somos los hijos e hijas de la austeridad. Que no se nos olvide.

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