Lo que ha hecho Nadal
No, no ha sido el primer «honoris causa» de la Universidad de Salamanca a un deportista. Tiene que haber un error
Que sí, que Rafael Nadal no es académico, no es investigador. Tampoco lo era Miquel Barceló y «honoris causa» lo son también Lula da Silva o Plácido Domingo. Pero en este país el deportista viene a ser por definición aquel que le da patadas a una pelota.
Y en estas que llegó Nadal y salió con birrete. Para admiración de muchos, con doctores con móviles y lleno en el Paraninfo y estupor de los críticos, que vieron en la mística de la ceremonia un show y el ventajismo de la Universidad de Salamanca para salir en la tele. Y ahí siguen.
Todo fue esa imagen de Nadal frente a la ventana para disfrutar de la belleza del edificio de Escuelas Mayores, camino del Paraninfo. Cuando la expectación era máxima. Y él, parado, en su pausa para deleitarse con la grandeza de la Universidad de Salamanca. Como si la ceremonia del «honoris causa» se hubiera trasladado de repente a otro día. Claro que ayer la Universidad reconoció a Nadal. Estaba en los papeles. Como solicitarle esa colaboración que ojalá llegue y si no llega, se intentó. Pero lo cierto es que el reconocimiento fue más bien al revés.
Era el primer «honoris causa» a un deportista y se vio que no era así. Se trató del reconocimiento a una figura que excede al deporte. Tan humilde, que sorprendió con esa especie de justificación por no haber seguido la trayectoria académica. O con ese matiz que introdujo en su discurso para aludir a su «formación distinta». Aunque en ningún lado se especifique que para ser «honoris causa» sea necesario haber estudiado tal o tener tantos trabajos de investigación.
Era Rafa Nadal. Y estaba ahí. En la Universidad de Salamanca, no en otra. Era que no pudiera dar un paso sin el «asalto» correspondiente por la foto y la firma. Sin perder la sonrisa. Como siempre. Que no habrá investigado, pero valores le sobran. Que no habrá pisado un aula de la Universidad, pero ha sentado cátedra. Que lo ha ganado todo y parecía uno más. Que no necesitaba estar y estuvo. Como siempre. Que ganó en las pistas todo y gana aún más en la calle. Que con él la sociedad y la comunidad universitaria fueron una. Y la Universidad de Salamanca, un orgullo para tantos. Y es ejemplo por su forma de ser. Por agradecerle a sus padres que no le dejaran ir al torneo junior de Roland Garros con 15 años, cuando era su sueño. Y eso, por los exámenes. Y resistieron la pataleta, el orgullo de padres de niño campeón y se privaron del viaje. Y vencieron a la sombra de si se frustraría o no. Y contó Nadal, agradecido, que ahí aprendió que ningún objetivo deportivo está por encima de los valores y de la educación. No, no es el primer «honoris causa» a un deportista porque Nadal es mucho más que un deportista.
Que para él esto de venir a Salamanca no ha sido un descanso, ni un paseo tranquilo por una ciudad preciosa. Que lo suyo es no poder ir a casi ningún lugar porque vamos a verle en multitud. Que a Nadal no le faltan reconocimientos, y no se trata solo de Grand Slams. Y estuvo en un viaje relámpago que podría haberse ahorrado. Y vino con su familia más próxima para que no se perdiera ni un detalle. Para inmortalizar ese momento como único. Que es alguien que lo tiene todo. Que en España es raro encontrar una institución que no quiera premiarle y lo raro es que Nadal acepte. Y lo hizo.
Nadal reconoció la grandeza de la Universidad de Salamanca. Nadal le ha dicho al mundo que la Universidad de Salamanca es única. Tan importante, que en lugar de estar allá, en cualquier paraíso, vino un día a Salamanca para formar parte de sus 800 años de historia y contarlo. Desde la humildad de un recogepelotas, pero de sueños.