Triaje
Recuerdo haber recorrido la Gran Vía en taxi, durante la pandemia, camino al aeropuerto. Nunca lució más tenebrosa la piedra de Villamayor. Ni un alma ... por la calle en la ciudad aterida de miedo. Encerrados todos por unos decretos inconstitucionales, que suspendieron nuestros derechos ciudadanos básicos. Recibiendo noticias de fallecidos entre los conocidos y rezando por la llegada de la vacuna. Cuando se escriba la historia de la pandemia se mencionarán las cifras de muertos, claro está, y la ilegalidad de la gestión, establecida ya por los tribunales. Y sospecho que la pandemia será también recordada por la crueldad con la que tratamos a nuestros ancianos, que caían como moscas tras las puertas de residencias sin asistencia y en centros médicos en los que se les negaban los cuidados intensivos a causa de su edad, mientras sus hijos y nietos aplaudían en los balcones.
Sobre este punto no se han pronunciado todavía los tribunales, al menos en España. En Alemania, en cambio, el Tribunal Constitucional volvió a dictar ayer sentencia sobre el triaje, dejando claro que el Estado no tiene potestad para decidir en perjuicio de determinados ciudadanos y en favor de otros, sino que esa decisión corresponde a los médicos y que debe ser tomada «solo sobre la base de la probabilidad de supervivencia actual y a corto plazo», rechazando expresamente el criterio de la esperanza de vida o el grado de fragilidad en general del individuo. Ya en 2021, todavía con la pandemia coleando, este mismo tribunal dictaminó que el Estado tiene el deber de proteger a las personas de la discriminación en la atención médica, incluso en situaciones de infecciones masivas, a causa de su vejez o de su discapacidad.
Para estos últimos, los discapacitados, ni siquiera hay datos oficiales en España sobre cómo fueron tratados. Un estudio del Ministerio de Derechos Sociales de 2021, el informe titulado «Impacto de la pandemia COVID-19 en las personas con discapacidad» señala que la crisis sanitaria agravó las desigualdades estructurales y que muchas personas con discapacidad no accedieron en igualdad de condiciones a servicios sanitarios esenciales. También hay bibliografía en la Universidad de Salamanca en el mismo sentido: sufrieron discriminación. Y ya es hora de que hagamos examen de conciencia oficial y cumplamos con la pertinente penitencia de reconocerlo públicamente y asegurarnos de que no vuelva a ocurrir. No tanto por ellos, sino por todos, porque esa práctica de triaje dice mucho de nuestra sociedad y no dice nada bueno. Es un espejo en el que espanta mirarse. Porque a pesar del miedo, la urgencia o la escasez, proteger a los más vulnerables en las decisiones que marcan la diferencia entre la vida y la muerte no es una mera cuestión administrativa, ni siquiera médica. Es un imperativo moral.
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