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Terrazas vacías

El ministro de este indigno tercermundismo es Óscar Puente, pero está ocupado con sus varias cuentas en X, en un incansable ejercicio de adulación y enaltecimiento

Lunes, 28 de julio 2025, 05:30

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Lo primero que te encuentras es una docena de personas sin techo durmiendo en el área de llegadas de la T2, en la que, por cierto, no hay una mala silla en la que sentarse. Si te han venido a recoger o necesitas esperar unas horas a ese bus a Salamanca que sale de higos a peras, no hay otra que el plantón vertical hasta que no salgas del aeropuerto. Una madre se sienta en el suelo, junto a los sin techo, para dar el pecho a un bebé de pocos meses que no admite demoras. El ministro de este indigno tercermundismo es Óscar Puente, pero está ocupado con sus varias cuentas en X, en un incansable ejercicio de adulación y enaltecimiento de pésimo gusto. Es evidente que no tiene tiempo.

Superada la travesía de Madrid a Salamanca, llevas a tu visita a buscar la rana y pretendes además darle un paseo por la Universidad, para cantar todas esas alabanzas una y mil veces repetidas, pero esta vez in situ. Y la osadía se paga. Concretamente diez euros por persona y aquí te das cuenta de que en Salamanca nos hemos vuelto muy locos. ¿Cómo van a quedarse los turistas un par de días, si les vamos clavando una puñalada en cada esquina? He guardado esas entradas como prueba de la enajenación y para plastificarlas. Que me sirvan al menos para sucumbir en el futuro al impulso de seguir invitando amigos alegremente a mi capital charra. A la Catedral ya vamos si acaso el domingo a misa, creo que eso no lo cobran todavía, y aprovechamos así para echar un vistazo. El mes pasado estuve en París, por cierto, y entré en la Sorbona como Pedro por su casa y en Notre Dame tuve sólo que hacer una cola. Pero se ve que en Salamanca ordeñamos al guiri sin piedad, más incluso que en la Ville Lumière.

Todavía, después de eso, ilusa de mi, nos dirigimos a la Plaza y nos sentamos en una terraza para iniciar allí a mi visita en los misterios gozosos del jamón ibérico. En el resto de Europa es fácil encontrar el prosciutto italiano casi en cualquier supermercado, pero el nuestro no lo exportamos con tanto acierto y es de lo más esquivo, así que estoy deseando verme ante un platito de pata negra casi con síndrome de abstinencia. Lamentablemente, no puede ser. Nos informa el camarero que en estos momentos no hay ningún cortador disponible y que tenemos que conformarnos con la sangría. El caso es que los alumnos de hostelería que acaban de terminar sus prácticas en la Plaza Mayor, muchos de ellos latinoamericanos, van hablando de trato abyecto por parte del personal fijo y de muy escasas posibilidades de contratación legal, de lo que se deduce que presumir en la Plaza de un producto como este ante las visitas tiende a convertirse en una lotería.

A mi visita, para más escarnio, le roban la bicicleta en la puerta de un Mercadona. Aquí nos topamos ya con un delito en toda regla y un problema de seguridad. En la primera rotonda, al salir de mi casa, he contado hasta siete cámaras de videovigilancia. Pero en la calle por la que la Guardia Civil sospecha que se encaminó el ladrón, hacia una zona en la que se comercia con droga y que en principio debería estar algo más vigilada que un barrio residencial al uso, no hay ninguna. Un familiar de la víctima es responsable de las becas Erasmus de todo un país centroeuropeo, así que calculen ustedes mismos los daños en términos de imagen que está sufriendo Salamanca en este mismo momento. Y todavía hay quien se pregunta por qué están las terrazas vacías.

Eso sí, al visitante o local que entre con su coche en zona de bajas emisiones mal señalizada, le llegará una carta de advertencia. He leído que Correos, con las motos y coches de sus carteros, tendrá que entregar nada menos que 30.000 cartas en breve. Nadie debe haber hecho la cuenta de la huella climática de las cartitas. Se nos va la olla.

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