Secciones
Destacamos
La última vez que he pasado por Viena, este mismo mes, he conseguido escaparme al Kunsthistorisches Museum. Subí aprisa las despampanantes escaleras y travesé, rauda, las salas de pintores alemanes, italianos y españoles, porque perseguía un único objetivo. A los españoles, por cierto, los despacha el museo con media habitación y un par de copias del taller de Velázquez, vergonzoso, pero ese tema es para otro artículo. El caso es que, al final de los flamencos, allá, en una esquina, encontré a la Santa. Con motivo de su beatificación, en 1614, Rubens pintó un retrato de «Santa Teresa de Ávila», un retrato de busto en el que Teresa parece salirse del lienzo y que yo llevaba mucho tiempo queriendo contemplar. Los 23 eurazos de la entrada merecieron la pena. Me hubiese gustado averiguar si Rubens contó con alguna descripción de primera mano, quién le hizo el encargo y cómo llegó el cuadro a la colección del museo, pero perdí la noción del tiempo admirando esa mirada recia y sin ambages, esa belleza que se superpone a los rasgos poco agraciados y esa serena complicidad con la trascendencia. Se me fue el rato. Dejo esas tareas pendientes para algún avezado historiador del arte cuyo libro me comprometo a comprar por anticipado y me quedo con la satisfacción de llevar en el móvil el par de fotos sin flash, que hice bajo atenta observancia del funcionario de turno. Prefiero recordarla así.
Ya de niña, en las recurrentes excursiones a Alba de Tormes con las hermanas teresianas, me resultaba un tanto descarnada la exposición del brazo, en aquella urna de cristal en forma de uve. Por allí andaban también el corazón y una mano, cuyos detalles no alcanzábamos a distinguir, por mucho que aguzásemos la mirada desde los reclinatorios. Pobre Santa. Y eso que nosotras no nos hacíamos selfis. En el Carmelo tienen una relación tan familiar, íntima y especial con ella que les resulta de lo más normal exponer sus restos, incluso por partes. Pero para la sensibilidad del común, en pleno siglo XXI, y ahí estoy con nuestro obispo, la dignidad de la persona desaconseja la exhibición de los restos, incorruptos o no, en escaparate. Creo que sólo quedan expuestas la momia de Lenin en la Plaza Roja, que da pena verla, y la de Mao Tse-Tung en la Plaza de Tiananmen, mendigando un reconocimiento que la Historia seguramente les niegue.
Teresa, Doctora de la Iglesia y honoris causa por la Universidad de Salamanca, merece ser recordada por sus escritos, por la relación única y personal con Jesucristro que impulsó su vida toda y por su manera de ser mujer influyente en la Iglesia. No tanto por sus restos. Aunque, conociéndola, tampoco le habría importado demasiado. ¡Menuda era la Santa!
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.