Secciones
Destacamos
Si pudiese hacerme con una copia del telegrama que enviaron a Unamuno una veintena de destacadas personalidades alemanas a su regreso del exilio, para expresar su «adhesión y bienvenida», lo enmarcaría y lo colgaría en mi despacho, para recordar que las palabras compromiso y libertad han sido por momentos sinónimos de Universidad. Mi más sincera felicitación a todos los que han participado en el hallazgo del documento. La firma que más llama la atención en Salamanca es la de Albert Einstein, es comprensible, pero el calado intelectual del resto no le va a la zaga: la comprometida escultora Kate Kollwitz; el audaz Ernst Curtius, descubridor del Hermes de Praxíteles y excavador de Olimpia; el brillante dramaturgo y revolucionario Ernst Toller, entre otros. Todos tenían en común la profunda decepción por los viejos intelectuales, incapaces de actuar, y señalaban al rector de Salamanca, «valiente luchador», como un ejemplo a seguir y espejo en el que, creo yo, deberíamos seguir mirándonos.
El pensamiento libre es la sangre que ha de circular por las arterias universitarias y la capacidad contestataria de sus autoridades, contra las burradas de los hunos y de los hotros, su oxígeno. La Universidad es demasiado grande para esconderse detrás de una rana y evadir los debates nacionales en cada momento. Su papel es el de un Pepito Grillo erudito. Esta Universidad nuestra es hoy demasiado callada, a mi entender, demasiado pacata y funcionarial. Se deja amordazar por miedo a los múltiples exilios y adopta estructuras partidistas ajenas completamente a su deber ser, como metástasis del cáncer político y social del enfrentamiento. Aplasta lo que debería promover. No alcanzo a entender, por ejemplo, que ADUSAL, subcampeona de España de Debate Académico, haya debido desnudarse en un calendario para sufragar gastos. Y resulta vergonzosa la financiación de MUNUSAL, que arrastra cada año a Salamanca más de cien alumnos de excelencia que pasado mañana estarán trabajando en instituciones internacionales por todo el planeta. Este pobre enfoque reduce la Universidad a una máquina de churros, churros que son títulos y que al final son lo de menos. Desprecia el sello de integridad que está destinada a imprimir en cada estudiante, a los que la ciudad termina tratando como potenciales inquilinos y bebedores a los que sacar los cuartos. ¡Si Unamuno levantase la cabeza!
La capacidad de Salamanca de influir y mejorar el mundo, como ha hecho una y otra vez a través de los siglos, pasa por la Universidad y por su rector. Un rector visible y «valiente», como lo fue Unamuno a los ojos del mundo, aunque eso signifique a menudo resultar molesto y antipático, incluso ser castigado por los poderes de turno, que vencen pero no convencen, y poner en peligro su carrera académica. Nadie dice que sea fácil, pero Salamanca no merece menos.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.