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Por supuesto. Sería mucho más fácil y sobre todo mucho más agradable no hablar de política. Mirar hacia otro lado y santas pascuas. Criticar la película de romanos de Ridley Scott o desenmascarar el Asanto al Banco Central. Comentar el nuevo spot publicitario de la Lotería Nacional o echar candela a la Navidad de Vigo. Enzarzarse en otro pseudodebate nacional sobre el cese de Rafa Roche o detenerse a hacer las cuentas de la huella de carbono de la COP29 en Bakú. O no hacer nada, encogerse de hombros y continuar con lo que estaba uno haciendo, bussines as usual. Pero no sería decente. Personalmente, tengo que hacer esfuerzos por contenerme y no poner adjetivos a la séptima jornada de la liga de fútbol base en Salamanca, con un partido suspendido por la trifulca entre técnicos, jugadores y aficionados y otro por las graves amenazas de un entrenador a un jugador del Cabrerizos. Lo que debería ser una actividad destinada al ocio sano y al cultivo del deportivismo, convertida en una escuela de energúmenos digna de cancelación. O podríamos seguir regodeándonos en el paternalismo con las víctimas de la DANA. Pero, insisto, no sería decente.
Está claro que la política mancha. Y mancha mucho. Además, hablar de política termina siempre molestando a alguien, que no es la intención de nadie, y no renta, porque espanta el negocio. Pero en horas como las que vivimos, es necesario dar un paso al frente y agarrar la política por los cuernos. La asignatura de historia está en los colegios precisamente para eso, para que los ciudadanos sepamos cómo acaban procesos como este, en el que los partidismos han dado al traste con la credibilidad de las instituciones, la desfachatez de los gobernantes ha terminado con la normalidad democrática y el electorado está tan decepcionado que emite voto protesta orientado a los extremos, en busca de una fuerza centrífuga que arrase con todo y ponga el contador a cero. Ya sabemos cómo termina y no es precisamente un final feliz. Es necesario que la sociedad civil se implique y hable de política, reivindicando el derecho a votar a políticos honrados y exigiendo la protección de las instituciones que están siendo desmanteladas. No resulta fácil, en absoluto. Se asoma uno a los titulares del día y no hay por dónde coger el esperpento. Hace falta valor. Poner en su sitio a los oscuros personajes que mueven los hilos de este gobierno no es tarea para cobardes, desde luego. Pero se trata de una responsabilidad moral, la de denunciar la injusticia, porque injusticia es que se nos esté robando el pan de la democracia: un Estado respetable, un poder ejecutivo íntegro, un poder legislativo real y un poder judicial independiente.
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