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Gracias, Rafa

Miércoles, 24 de septiembre 2025, 05:30

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No toda la sabiduría está en los libros y de sabios es reconocerlo. Por eso le encuentro una lógica aplastante al honoris causa de Rafa Nadal, que en su persona constituye toda una enciclopedia que versa sobre una de las más difíciles asignaturas: cómo vivir, cómo estar en el mundo. La próxima semana, cuando pise el Aula Magna, la Universidad estará cumpliendo con el gran acierto de reconocer la inteligencia, la voluntad y el esfuerzo que todo conocimiento requiere, la proeza que supone levantarse cada vez que se ha caído, perseverar y confiar en el trabajo. Una y otra vez. Esa es también la base del trabajo científico, mucho más allá de los prosaicos créditos, las notas promedio y las jefaturas de departamento.

Con cada bola que se le escapó, nos demostró que lo perfecto es enemigo de lo bueno y que la verdadera excelencia no consiste en no cometer errores, sino en superarlos. Nadal es un doctor con todas las letras, un vítor de carne y hueso, que nos ha enseñado lecciones que no necesitan traducción. Puño cerrado, mirada de acero, vendajes sobre las lesiones, todo con humildad y apacible generosidad. Ese es Rafa, el maestro.

Nadal es mucho más que un deportista. En un tiempo de imposturas, cortoplacismo y titulares huecos, él ha sido constancia, respeto y hecho sobre hecho. Ha vencido a Federer, a Djokovic, a la historia misma. Ha ganado Roland Garros catorce veces y no ha perdido la costumbre de pedir perdón cuando la bola toca la red. Se ha llevado 92 títulos individuales en el circuito ATP, incluyendo 22 Grand Slams, y no se ha olvidado de dónde está el norte. Ha creado escuela sobre cómo enfrentar cada revés y ha luchado sin excusas, triunfado sin arrogancia y perdido sin rencor. Ha representado a España sin necesidad de discursos, ha destacado por si mismo sin salidas de tiesto mediáticas y ha ondeado la bandera sin necesidad de nacionalismos vacuos, convirtiéndose en patria de millones de seguidores de incontables nacionalidades. Ha cosechado para nosotros respeto, no por lo que somos, sino por lo que él ha hecho que parezcamos. En cada gesto de deportividad, ha sido pedagogía en estado puro.

Este honoris causa no es un premio, es un espejo en el que todos podemos mirarnos. Porque si España tuviera que definirse en una sola persona, no sería un político, ni un banquero, ni un influencer. Sería el chico de Manacor, que sacó la nota más alta en la materia más endiablada: ganar sin dejar de ser él mismo. Gracias, Rafa. Por enseñarnos que se puede ser grande sin dejar de ser bueno. Y por recordarnos que, a veces, el mayor título no se cuelga del cuello, sino del alma.

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