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Llevo una semana escuchando a los alemanes hablar del «escenario España» con cierto desdén. No es que se sientan ajenos a la posibilidad de un apagón eléctrico a escala nacional, para el que llevan años preparándose, sino a la posibilidad del caos institucional, la posibilidad de que nadie desde las instituciones explique convincentemente por qué ha ocurrido ni qué medidas se van a tomar en adelante para evitarlo. Les parece inaceptable y ridículo, tercermundista, y no les falta parte de razón, pero a mí me fastidia que nos miren así, por encima del hombro. Por eso ayer, cuando se produjo el apagón político en el Bundestag y Alemania se quedó por sorpresa sin gobierno, de un momento para otro y sin que nadie pudiese explicar por qué, confieso que dejé escapar una sonrisilla de medio lado. Era un apagón político en toda regla y todos los responsables hicieron mutis por el foro sin dar explicación alguna. Cuecen habas también en Alemania.
El caso es que el asunto no tiene ni pizca de gracia. Si los votos que le faltaron por la mañana a Friedrich Merz para ser canciller le hubiesen seguido faltando por la tarde, y sus motivos tendrían quienes no le votasen que no necesariamente se esfuman en el aire sin motivo aparente, habría sido necesario volver a convocar elecciones. Y si hoy se celebrasen elecciones en Alemania, según todas las encuestas, las ganaría un partido que quiere disolver la Unión Europea y alinear Berlín con Moscú en materia de política exterior. Y ese partido contaría, además, con un ejército en pleno proceso de rearme y con un presupuesto ilimitado, después de que los partidos de centro hayan reformado la Constitución alemana para levantar el freno a la deuda, convencidos de que nunca caería esa extraordinaria herramienta en las manos incorrectas. Imposible.
Además de demostrar que nadie está exento, ni del ridículo ni de lo inexplicable, Alemania nos recordó ayer que los escenarios inéditos están prácticamente a la orden del día y que todo lo que pensamos que es imposible que ocurra es susceptible de ocurrir incluso a corto plazo. Y esto debería llevarnos a nuevos y más cuidadosos procesos de toma de decisiones, que nos permitan ponernos en lo peor. No abandonarnos al pesimismo, sino todo lo contrario: contar con lo peor para ser capaces de dar respuesta cuando ocurra, si es que ocurre.
Hoy Merz viajará a Varsovia y a París, la UE arrancará esta esperada etapa y pasaremos la página de la actualidad como ya estamos acostumbrados a hacer. Pero el caso es que el país más poderoso de Europa corrió ayer por unas horas el peligro de caer en manos muy peligrosas y nadie estaba preparado para eso.
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