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Envejecidos

Es ahora cuando nuestra decrepitud demográfica comienza a ser contemplada como modelo de negocio desde el exterior

Lunes, 19 de mayo 2025, 05:30

Buena parte de los correos electrónicos que recibo a diario, que llegan a ser cientos, desaparecen sin siquiera ser leídos en el cruel triaje de primera hora. Es una criba un tanto salvaje, basada solamente en una confirmación en diagonal del remitente conocido y ciertas palabras clave no determinadas de antemano, lo que convierte el proceso en parcialmente aleatorio por imposición de las leyes de la Física: el tiempo y el espacio. Hasta que la ciencia desarrolle algo parecido a la lectura cuántica, esto es lo que hay. Y uno de esos correos, condenado de antemano por su evidente afán publicitario, se ha salvado de la quema esta semana por el hecho de incluir la palabra «Salamanca» en la primera línea de texto. El poder del gancho denota el sesgo, lo reconozco. «Ferrol, Salamanca y León, las ciudades más envejecidas de España», era el reclamo.

El envejecimiento de la población salmantina no es precisamente una novedad, de manera que no nos descubren nada, pero me llamó poderosamente la atención, además del predilecto topónimo, el expedidor del mensaje. Quien pretendía informarme sobre las lamentables estadísticas de envejecimiento de Salamanca era una start up alemana, una de esas empresas pequeñas, innovadoras y con modelo de negocio escalable. Concretamente, dos hermanos de Múnich que desarrollaron un buscador de viviendas de alquiler vacacional y que recibieron en 2022 su primera inyección de capital, cien millones de euros, del fondo de inversión de riesgo 83North, Claret Capital y Silicon Valley Bank. Hoy tienen unos 600 empleados. Con la llegada de nuevas inversiones han ido además comprando viviendas vacacionales que, afirmaría sin temor a equivocarme, son las que primero encuentre su algoritmo. Y uno de sus estudios «súper interesantes», adjetivo compuesto que revela que su personal de relaciones públicas es como mínimo de la generación Z, es este sobre las ciudades más envejecidas de España.

Desde el Tetrabiblos alejandrino, que asocia la vejez a «decoro, previsión, retiro, deliberación, admonición y consuelo», o el De Senectute de Cicerón, que la sindicaba a sabiduría y virtud, nuestra civilización ha reflexionado sobre el sentido de la edad postrera. San Agustín fue el primero en afiliarla a la esperanza cristiana. Erasmo de Roterdam, Pascal e incluso Quevedo se centraron en el deterioro físico inevitable, en la vejez como expresión de la fugacidad de la vida. Los viejos de Victor Hugo eran resignados y el Fausto de Goethe se obsesionó por la juventud, debido a su temor a la muerte. El capitalismo, ofuscado en la productividad, despreció a los ancianos. Y después el postcapitalismo los empoderó como votantes y/o consumidores, al que venderl desde galerías del coleccionista hasta viajes del Imserso, estos últimos con dinero público. Pero es ahora, cuando el envejecimiento de nuestra población avanza rampante, el momento en que nuestra decrepitud demográfica comienza a ser contemplada como modelo de negocio desde el exterior. Los fondos buitre vuelan en círculo sobre las viviendas de nuestros abuelos, deseosos de rentabilizarlas desde el extranjero.

Según el citado estudio, el 28,92% tiene más de 65 años en Salamanca. Nos recomienda resignación, «articular espacios urbanos inclusivos para la gente de edad más avanzada» y «fomentar el turismo inclusivo que contemple las capacidades diversas de su creciente población longeva». No menciona medidas de anclaje de población joven, ni nuevas ayudas a las familias con hijos, ni programas de creación de empleo, ni la protección de un sistema escolar de calidad probada, ni promover la formación financiera y digital de la población. No menciona que ser viejo no es lo mismo que ser tonto.

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