Un agujero de gusano se abrió el domingo en Salamanca, un portal que comunicó durante menos de dos horas, que parecieron dos minutos de vértigo, el siglo XVII con el ahora más crudo y más tronchante. A través de «La escuela de los vicios», me he dejado ilustrar de la mano de Morfeo Teatro, y he reconocido sobre un escenario de pocos recursos una dramaturgia brillante, sobradamente al nivel de las más selectas tablas europeas y tan aguda en su visión como en su prosa. Basado en las sátiras, Sueños y discursos políticos de Quevedo, el texto resucita su corrosiva e indispensable mirada sobre la farsa de la vida pública con inteligencia, mucho humor y talento a raudales. Nos retrata y nos devuelve nuestra propia imagen, después de pasarla por el tamiz de la más mordaz y enriquecedora crítica, un proceso ante el que sólo cabe quitarse el sombrero y expresar un sincero agradecimiento, tanto a la compañía como al Festival del Siglo de Oro, que nos ha brindado este inestimable obsequio.
La obra, perfecto breviario del corrupto, parece escrita expresamente para prestar significado y fondo a los titulares que nos acechan a diario. Sólo desvelaré que los dos necios a los que el diablo recluta y adiestra terminan nombrados, según el argumento, ministro y magistrado. No digo más. Pero esa lectura fácil se queda corta. Quevedo nos habla a través del tiempo y del espacio, válido para cualquier momento y cualquier punto del globo terráqueo, en una proeza de comunicación cuántica, sentando cátedra en el arte de medrar y en el de la pluma más prodigiosa. Con verbo de ingenio y tinta de hiel, la obra se dirige al espectador con algo de seso y poca disposición a venderse barato, con el afán de alfabetizarlo y prevenirlo contra la industria de escalar sin mérito y gobernar sin conciencia. Mas no por ello es obra de malicia, según prueba fehacientemente el Cojuelo ante sus discípulos, sino por el bien de esa república en la que el demonio viste toga y el zoquete se gradúa en corrupción magna cum fraude. Si el diablo enseñó una vez en la Cueva de Salamanca, no me cabe duda de que estas fueron sus asignaturas troncales.
El poder, si ha de resumirse la enseñanza, no se alcanza y mucho menos se mantiene por virtud, sino por astucia; no por valía, sino por maña. Quevedo disecciona sin anestesia la política viva, con bisturí certero, y constata que al gobierno asciende el que miente sin rubor, quien disfraza la codicia de patriotismo, quien llama «servicio público» al saqueo organizado y a quien convierte la justicia en criada del poderoso. Este veneno es medicina si se recibe con entendimiento. Ridiculiza al trepa y, riéndose del pecado, incita a aborrecerlo. El reconocimiento del mal, es el primer paso hacia el bien. Quizá todavía haya esperanza.
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.