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Todo arde

Miércoles, 13 de agosto 2025, 05:30

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Mientras desciende el avión sobre Madrid, desde la ventanilla, se aprecian las humaredas y los cenizales. El tren desde la capital con destino a Salamanca vuelve pararse en mitad de la nada, esta vez a causa de los incendios. En Las Médulas faltan helicópteros y bomberos. El viento, zahorí de precariedades y subcontratas, se alía con los 38 grados y desata el caos. A veces incluso con la colaboración de desalmados pirómanos. Requiem por los parajes castellanoleoneses.

No he leído la novela de Juan Gómez Jurado, pero sí: «Todo arde». España se consume en el estío de fuego y perdición, un infierno de tramas y subtramas en el que crujen entre las llamas las «fontaneras» y las «primas», junto a los Koldos, los Cerdanes y los Montoros, los contratistas, los familiares y los fiscales generales. En una danza endemoniada, alrededor de la pira, el ministro Puente hace chistes a costa de los habitantes evacuados con lo puesto. Crepita la decencia, reducida a meras brasas candentes. Y España se quema, en la combustión del enfrentamiento y los intereses espurios, en una hoguera de mediocridades sin fin. Apenas queda ya oxígeno democrático que respirar.

Antaño se practicaba la agricultura de rozas, que consistía precisamente en eso: prender fuego a la biomasa para despejar el camino y permitir que las cenizas enriqueciesen temporalmente el suelo con nutrientes. La artiga se puede cultivar, sin embargo, durante breve tiempo. Es un método desaconsejable, insostenible donde los haya, que termina conduciendo a la migración. Nos viene dada. Esta táctica de tierra quemada, que parece diseñada por nuestro peor enemigo, quizá pueda dar lugar después a un cultivo nuevo, que debería estar abonándose ya.

Los incendios empiezan a apagarse en invierno, con intervenciones de prevención y dotación de recursos. Y las primaveras políticas comienzan a gestarse también en invierno, mucho antes del brotar de las urnas. Los seis millones de euros que se ha gastado María Jesús Montero en asesores elegidos a dedo y cuyos nombres se niega a desvelar deben estar ocupándose ya de eso. Digo yo. Quien quiera gobernar España después de la quema institucional debería, entre muchas otras cosas, legislar la actividad de lobby, empresas como las de Pepe Blanco a las que hay que recurrir para obtener contratos públicos. Tiene en cartera incluso al gobierno de Marruecos. Y debería también reforzar la supervisión interna de Hacienda, para evitar que llegue cualquier cristobalito y haga de su capa un sayo contra los contribuyentes. Después de esta hoguera de San Juan, en la que se está quemando tanto de lo rancio y venenoso, quizá pueda resurgir de sus cenizas, como Ave Fénix, el espíritu del 78. Pero mientras tanto, España arde, en su negligencia y degradación. Cada hectárea calcinada es una página arrancada de nuestra memoria natural. Si no aprendemos a cuidar lo que aún no se ha quemado, pronto no quedará nada que salvar.

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