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Podríamos hablar del espíritu navideño, del consumismo navideño o incluso de la glotonería navideña. Todo cabe en estas fechas previas y posteriores al solsticio de invierno (sol statum), periodo que de un tiempo a esta parte comienza con la rebatiña del «Black Friday» —compro, luego existo— para finalizar con los arrebatos consumistas de las rebajas de enero. Al tercer lunes de ese mes, siguiendo costumbres y usos anglosajones, se le ha aplicado el descriptivo título de «lunes triste» («Blue Monday»), muy a tono con los bajones anímicos posteriores a los dispendios y a la falta de liquidez en los bolsillos.
Ese espíritu navideño tan manido a base de tópicos tales como felicidad, fraternidad, paz y otras lindezas, acusa a estas alturas un sesgo profano muy alejado de la circunstancia histórico-religiosa que marcó su origen entre los cristianos. Será, digo yo, el signo de los tiempos. Tiempos de balances, nostalgias y buenas intenciones. Tiempos de trocar el egoísmo en generosidad. Tiempos de sentimientos solidarios. Por eso no pueden faltar en plena temporada del amor generalizado los buenos deseos expresados mediante memes alusivos en las redes sociales (periclitadas las tradicionales tarjetas de felicitación por vía postal), de corazoncitos, velas, mercadillos, árboles, flores de Pascua, belenes, cantinelas angelicales, mil versiones de Santa Claus, algún que otro Rey Mago, iluminaciones multicolores, aguinaldos, cabalgatas, zambombas, villancicos, regocijo general para grandes y regocijo específico para pequeños. Son fiestas de pura convención y vanidades, de romper con la rutina, de vacaciones, de invasiones publicitarias y profusión de regalos, de mayores dosis de diversión y algún que otro exceso en lo económico y en lo gastronómico. Reparemos en que las indigestiones llevan al ayuno y el dispendio excesivo conduce a la pobreza.
Por desgracia, tanto en buena parte del mundo como en nuestro entorno, veo que pervive la penuria visible, la indigencia palpable, la guerra en distintos parajes geográficos y las famosas plagas bíblicas en forma de mil y una desgracias. Las inundaciones del Mediterráneo constituyen una buena prueba de ello. Solo espero que esas gentes levantinas, vitalistas y emprendedoras, no se dejen dominar por la desesperación, la resignación o el desamparo. Solo espero que para cuando dentro de unos años hayan normalizado sus vidas, alguien haya hecho lo posible a fin de que no se repitan las riadas desbocadas. Solo espero, en fin, que en su momento sepan pasar factura por la negligencia y la inoperancia de los gobiernos que les ha tocado padecer: el nacional y el autonómico, ambos igualmente ineptos, inútiles e incompetentes. Especialmente para ellos, nuestros mejores deseos en estas Navidades apesadumbradas, tristes y deslucidas.
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