Secciones
Destacamos
Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
Opciones para compartir
Pues sí, me gustaría tener un Rolls-Royce, ¿qué pasa? Si me lo pudiera comprar, que no es el caso, lo haría con mi dinero ganado honradamente, sin haberlo robado a ningún presupuesto estatal, como han hecho (y siguen haciendo) tantos chorizos a los que financiamos. Y hablando de financiación, contenta tendría que estar la zaragatera ministra de Hacienda, porque si en España se vendieran, pongamos, mil unidades de esta marca, tan tradicional como renombrada, la recaudación por impuestos se aproximaría a los cien millones de euros, a nada que el cliente opte por el modelo básico. Otro tanto sucedería con la adquisición, por parte de quien pueda permitírselo, de automóviles de las más altas gamas del mercado, cuyo gancho reputacional ha reconocido sin rubor un tipo que echa mano de Falcon por un quítame allá esas pajas. Mientras más coches lujosos circulen por carreteras o circuitos –los ricos pueden permitirse reventar el cuentakilómetros en esos espacios acotados— más ingresos para las arcas del Estado. ¿Dónde está, pues, el problema? ¡Ah!, ya sé: nuestros gobernantes mantienen una estricta observancia del principio evangélico de que antes entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos. Olvidan que los verdaderamente ricachos pueden agrandar el agujero a capricho, a fin de pasar con su Rolls-Royce y, ya de paso, con unos cuantos camellos a guisa de escolta califal. Si no, pregúntenselo a tantos jeques, emires y monarcas que buscan el reino de los cielos mirando hacia la Meca.
Conocí a una persona que estuvo a punto de adquirir un Rolls. Le sobraba dinero para ello después de una exitosa vida empresarial. Hasta me llegó a enseñar el garaje (calculo que cerca de cuarenta metros cuadrados) que había hecho construir para albergar tan anhelado vehículo. Tuvo que renunciar a sus planes. La esposa se opuso frontal y drásticamente a que se exhibiera ante sus vecinos luciendo tal signo de ostentación. Ahora, en el garaje hay dos coches de gama media y aún le queda sitio para los más variopintos artículos de jardinería y bricolaje.
Como contrapunto al capricho de los potentados, se nos recomienda la bicicleta. Recuerdo con nostalgia la Orbea en la que tantos kilómetros recorrí en mi adolescencia y primera juventud. Otros amigos míos montaban una BH. Ambas marcas muy populares, fabricadas en el País Vasco, y de uso generalizado entre los curas rurales (sin barra, por mor de la sotana). Pero yo me pregunto: eso de la bici ¿vale para cualquier edad? ¿va a ser obligatorio? No me veo pedaleando a estas alturas. Llegado el momento, preferiría pisar el pedal del acelerador de uno de esos ostentosos automóviles. Por supuesto, sin sobrepasar los límites de velocidad y sin gota de alcohol en el cuerpo. Como debe ser.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.