¿Quién quiere ir a la mili?
En estos tiempos tan modernos no veo yo mucha utilidad en asimilar ahora algunos de los conocimientos que se impartían
Desde que Alemania ha propuesto la vuelta al servicio militar obligatorio dependiendo del número de voluntarios, el fantasma de la mili sobrevuela las cabezas de muchos opinadores europeos. Curiosamente, a los jóvenes españoles, que pudieran ser los destinatarios directos de la disciplina castrense, parece no incomodarles el asunto. Tal vez porque lo consideran como algo improbable a estas alturas. Han transcurrido más de dos décadas desde que Pujol chantajeó a Aznar con la abolición del servicio militar, entre otras demandas, para que el «honorable» le diera el voto de investidura, cuando en ese momento el porcentaje de insumisos y objetores de conciencia era ya tan elevado que poco costó acceder a la exigencia. El ejército se profesionalizó, y así se ha mantenido con unos resultados favorables a los ojos de la sociedad que ve en nuestros militares un elemento de seguridad y de apoyo solidario, muy alejado de la imagen represora derivada del franquismo.
La mili evoca para quienes pasamos por ella recuerdos agridulces que nos retrotraen con nostalgia a una lejana etapa de nuestras vidas juveniles, cuando en los cuarteles se forjaban amistades que en muchos casos sobrevivieron a los diferentes avatares de la vida civil. Reconozco que el ardor prusiano no arraigó en mí. Procuré pasar las tres etapas del trance militar lo más discreto posible. Esa discreción formaba parte del florilegio de consejos que los guripas veteranos daban a los timoratos reclutas.
No cabe duda de que las circunstancias del mundo actual, plagado de potenciales enemigos, hacen que la iniciativa alemana y la de algún otro país próximo a las zonas más conflictivas del Este de Europa, no se antojan del todo descaminadas. Otra cosa es que, entre una franja de la población susceptible de echarse el madero al hombro, la idea pudiera parecer seductora si se acompaña del señuelo de una razonable contrapartida en términos económicos.
La ministra del ramo afirma que en España está totalmente descartada la vuelta a la mili. Bueno, en estos tiempos tan modernos no veo yo mucha utilidad en asimilar ahora algunos de los conocimientos que se impartían en los cuarteles de antaño. Muchas fueron las horas invertidas en memorizar, por ejemplo, las piezas del fusil (la bocacha apagallamas, la palanca de disparo, el mecanismo de expulsión, el percutor, la caja de fijación, el freno de boca, el ánima con cuatro rayas…); o las partes de las que consta una granada; o las diferencias entre zona rasada y zona desenfilada; o la utilidad estratégica de las distintas formas de desplegar un pelotón, pongamos por caso. No obstante, a veces me entran ganas de pedir para cierta juventud ociosa (tanto varones como mujeres) una mili completita, con instrucción legionaria y saco terrero a la espalda.