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Opinión

Preokupaciones

Es preferible tener el piso vacío a sentir la frustración, la impotencia y el desamparo. Y la escasa fe en la justicia

Domingo, 1 de septiembre 2024, 05:30

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Dicen algunos políticos, partidarios de que no se publicite en exceso el asunto de las okupaciones ilegales, que se trata de una cuestión estadísticamente poco relevante. Puede que sí, pero no negaremos la gran repercusión que genera en la opinión pública y el alarmismo que produce. Tal vez desde el punto de vista numérico las casas en las que viven personas que no abonan los alquileres y, además, se niegan a desalojar esos espacios que utilizan de forma fraudulenta, no pasen de ser unos cuantos miles. Es innegable que hay zonas y regiones de España más dadas a sufrir estas desgracias. Desgracias son. Acaso por ambas partes. Cabe, pues, entender que, ante tema tan sensible, cunda la alarma entre los pequeños propietarios; y ello explicaría, en cierta medida, la falta de viviendas de alquiler que no salen al mercado porque a nadie le gustaría pasar por esa amarga experiencia. Es preferible tener el piso vacío a sentir la frustración, la impotencia y el desamparo. Y la escasa fe en la justicia.

Quien más y quien menos sabe de alguien que ha pasado, o está pasando, por la ordalía de encontrarse con su casa en manos de extraños y, para colmo, seguir pagando la hipoteca, si la hubiere, amén de luz, agua, tasas municipales, impuestos, etc. Personalmente, puedo aportar dos casos concretos que conozco: el primero hace referencia a un piso alquilado cuyos inquilinos comienzan a pagar regularmente durante un tiempo y luego dejaron de hacerlo. El propietario insiste, protesta, acude a la ley, pasan meses y meses y, al final, opta por recurrir a los servicios de una empresa especializada en desalojo por métodos expeditivos, pero de la máxima eficacia. Total, tres mil euros y problema solucionado.

El segundo puede resumirse así: mujer que no es española, con más de veinte años trabajando con todos los permisos en el ámbito del servicio doméstico, cuyo marido, igualmente extranjero, se gana la vida en una empresa como operario especializado. A base de esfuerzo, ambos ahorran lo suficiente para comprar un pequeño piso, con su hipoteca correspondiente. Al cabo de unos años, y con otros pocos ahorrillos, adquieren una casita antigua; poco a poco la reforman casi con sus propias manos, y deciden vivir en ella y alquilar el pisito a una mujer llegada de Ucrania. Esta mujer abona religiosamente el modesto alquiler durante unos cuantos meses y de pronto deja de pagar. Más de dos años de vaivenes judiciales y aún no han conseguido desahuciar a la intrusa. Y los propietarios corren con todos los gastos, claro. No son grandes tenedores, ni fondos buitre, ni nada parecido. Tan solo gentes sencillas, emigrantes en su día, que aspiran a recuperar lo que adquirieron con su esfuerzo. Cuando eso suceda, díganles que vuelvan a alquilar el piso. Verán lo que les contestan.

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