La mujer rural
Durante siglos, la mujer rural ha vivido inmersa en un mundo duro y sacrificado donde ha primado la masculinización
El día 15 de octubre, festividad de Santa Teresa, fue también el día de la Mujer Rural. No pude por menos en esa ocasión recordar ... algunas de las tareas que desde niño vi llevar a cabo a las mujeres de mi entorno, rural a más no poder. Ninguna se planteaba eso que ahora llaman empoderamiento, porque ni sabían lo que era ni se lo podían permitir. Veamos alguna de las labores que las madres de familia solían acometer a diario en los hogares en los que los maridos ejercían la trashumancia en la lejana Extremadura. Lo primero que la mujer de la casa hacía nada más levantarse, antes de la amanecida y en pleno invierno, era encender el fuego para que fuera templando la cocina. Inmediatamente después de prender la lumbre, la mujer calentaba la leche para el desayuno familiar y bajaba a barrer el establo y ordeñar las cuatro vacas que servían para trabajar y para el abastecimiento de lácteos. Esta tarea precedía a otros menesteres tales como echar de comer al cerdo, a las gallinas y demás fauna doméstica. Luego comenzaba el resto de la tarea cotidiana: hacer las camas, adecentar los dormitorios y ponerse con los avíos de la comida.
Durante todo el día no había un momento de descanso. En las noches de invierno y después de cenar, había que fregar y poner a remojo los garbanzos o las lentejas del día siguiente, y aún quedaba tiempo para coser, zurcir, cardar la lana, escarpenar, hilar y tejer calcetines y bufandas al amor de la lumbre.
La colada, hasta que llegó el agua corriente a las casas, se hacía en lavaderos públicos o en fuentes preparadas para ello. Con las manos amoratadas por las aguas heladoras las mujeres lavaban en el río las tripas del gorrino en las matanzas, embutían chorizos, morcillas y longanizas y cuidaban de la adecuada curación de la chacina en los varales.
Otros cometidos habituales eran: varear la lana de los colchones, volver a colocarla con esmero y ajustar bien las cintas, recoger leña y hoja en otoño para alimento de las cabras, hacer quesos, teñir alguna prenda, hacer jabón a base de grasas y sosa cáustica, ayudar en la recogida de la hierba en julio, segar a hoz los cereales en agosto, arrancar lentejas y garbanzos en temporada, sacar las patatas en el mes de octubre, cribar, aventar en las eras, etc.
Y por si todo esto –y mucho más que no detallo— fuera poco, la mujer era la principal responsable de cuidar, administrar, educar a los hijos y atender a los mayores o enfermos que hubiera en el hogar (padres, abuelos, suegros…). Durante siglos ha estado inmersa en un mundo rural duro y sacrificado donde ha primado la masculinización. Un mundo estúpidamente idealizado por los neoecologistas que pregonan el idílico contacto con la madre naturaleza. Un mundo nada añorado por aquellas que lo vivieron y lo sufrieron hasta no hace tanto tiempo.
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