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A estas alturas ya nadie debería extrañarse del grado de exasperación que aflige a los ganaderos, quienes ven impotentes cómo su cabaña disminuye a causa de los ataques del lobo. Cualquier lector de este periódico puede hacer un seguimiento –yo lo he hecho-- de las noticias relativas a esta aparentemente irremediable y triste situación. Rara es la semana que no vemos la foto de una oveja mordida o de una ristra de cadáveres ovinos esparcidos por el suelo de la finca. En la ganadería extensiva sucede algo parecido, si bien los pastores que mueven sus rebaños por los puertos y agostaderos de montaña no se ven afectados en la misma medida al estar asistidos por eficaces escoltas de mastines. Otra cosa es lo que cuesta mantener a estos fieles guardianes al cabo del año. La dieta de hoy ya no se compone de la típica «pella» de antaño o el más reciente «chicharro», tradicional alimentación canina tanto en la trashumancia como en la trasterminancia. Y es que el mastín es la mejor salvaguarda frente a los ataques del temido cánido. Donde hay buenos mastines no hay lobos, me dice uno de los ganaderos de toda la vida, veterano criador de esta raza seleccionada de perros. Por otra parte, para que haya mastines, tiene que haber lobos. Es el eterno equilibrio de la naturaleza desde la noche de los tiempos.
Hay que señalar que no son los lobos los únicos predadores que asedian a los ganaderos. También, aunque de forma más ocasional, los buitres se han revelado como feroces enemigos del ganado ovino. Las bandadas de carroñeras suponen un considerable peligro sobre todo para las ovejas en avanzado estado de gestación y para los indefensos corderos. La instalación de muladares donde puedan alimentarse las carroñeras no han servido de mucho hasta ahora. Los buitres, al igual que los lobos, saben esperar el momento propicio para iniciar el ataque y los resultados son parecidos. En esta zona, no obstante, sigue siendo el lobo el causante de los mayores desastres.
A pesar del rosario de argumentos ecológicos y de todo el buenismo lobuno que se ha tratado de inocular, quienes sufren la visita del predador insaciable no atienden a otras razones más que a las dictadas por la indignación y la venganza. Las autoridades compensan los desaguisados, es cierto, pero nunca esas compensaciones llegan a cubrir los daños derivados de la lobada (ovejas que malparen, animales heridos que no se recuperan del todo, el estrés que padece el resto del rebaño, etc.). Por eso, en las zonas donde los ganaderos también son cazadores, y quien más y quien menos tiene autorización de armas para caza mayor, a alguno le he oído decir: «Lobo que se ponga en el punto de mira puede darse por muerto, porque lobo que vea, lobo que mato». Visto lo visto, no seré yo quien se lo reproche.
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