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Lecciones de humanidad

El ser humano se liberó de muchas supersticiones, pero es incapaz de poner remedio a las asechanzas naturales

Domingo, 10 de noviembre 2024, 05:30

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Decía el padre Antonio María Claret a mediados del XIX en sus «Pláticas dominicales» que las catástrofes naturales eran instrumentos de divina venganza, azotes de la divina justicia por haber cometido la humanidad pecados que despertaban la ira de Dios. El mismo origen tenían para este arzobispo y confesor de Isabel II —exiliado con la reina en Francia a raíz de la revolución de 1868— las pestes y todas las calamidades que con frecuencia asolaban el mundo. Con el paso de los años, los avances en la ciencia han podido explicar de forma racional el origen de esas turbulencias que de cuando en cuando sacuden nuestra plácida existencia, perturbaciones naturales que unas veces brotan de las entrañas de la tierra en forma de volcanes o terremotos y otras se deslizan por la superficie en forma de huracanes, inundaciones, aludes, etc.

En todo el mundo han surgido catástrofes, pero hasta que los modernos medios de comunicación no las han puesto ante los ojos, vivíamos tan solo pendientes de nuestro entorno geográfico o cultural más inmediato. Desde los mismísimos albores de la vida parecía reinar un resignado malditismo. La tierra era inabarcable y cada pueblo aceptaba sus desgracias explicándolas como buenamente podía. El papel de los respectivos dioses, iracundos, malhumorados y vengativos, conllevaba la mansa sumisión a las desgracias sobrevenidas.

Ahora, el ser humano se ha liberado de muchas supersticiones, pero es incapaz de poner remedio a las asechanzas naturales que nos siguen golpeando. El último ejemplo ha sido terrorífico. En la región mediterránea ha llovido a estacazos. El «espeso ropaje de las nubes» (Neruda) no atrajo evocaciones poéticas, sino que desató toda su demoníaca fiereza. Las nubes panzudas no dispensaron «besos de lluvia», sino cataratas de inasumibles dimensiones que arrasaron vidas y haciendas. El légamo viscoso se transformó con el paso del tiempo en un barrizal repegado bajo el que aún yacen restos humanos. Las gruesas capas de arena y pedregal sirven de cementerio de vehículos y puede que de personas. La «normalidad» volverá a la región dentro de meses o de años. Entretanto, los que consiguieron salvar sus vidas pueden sentirse contentos, porque a pesar de las pérdidas materiales, tienen bastante más que nada, pero mucho menos que todo. Los políticos, trajineros de miserias, mercachifles de votos y pactos, seguirán enredados en sus mezquinas disputas. Bueno sería que por una vez la razón socorriera a la autoridad. Si sueñan que son poderosos, verán lo endebles que son cuando les despierte la llamada de la justicia, si es que hay justicia que un día llame a su puerta. En este torbellino de ruinas y desolación, los Reyes demostraron una vez más que solo viven con grandeza aquellos que están hechos de grandeza.

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