Los ingleses y Baroja
Dudo de que Baroja, con su boina y su bufanda, aprobara el reciente acuerdo hispano-británico sobre Gibraltar
Baroja poseía una rica biblioteca de escritores ingleses suficientemente representativa para su tiempo. Aparte de los clásicos, abundaban autores aún no muy conocidos por entonces, lo cual induce a pensar que estaba bastante familiarizado con la literatura anglosajona y, de manera especial, con la novela histórica, de aventuras y costumbrista. Los relatos de aventuras le entusiasmaron hasta más allá de la juventud. Nunca se avergonzó de su pasión por Robinson Crusoe o por las novelas de Stevenson, Kipling y Conrad. Incluso por otros muchos ejemplares de la despectivamente denominada «literatura de evasión», fruto de autores de segunda o tercera fila según los cánones al uso. En conjunto, da la sensación de que pretende camuflar los prejuicios que en ocasiones parecen asaltarle en sus complicadas relaciones con el mundo literario inglés.
En su novela de 1909 «La ciudad de la niebla», obra con abundancia de tópicos y prejuicios, Baroja transmite una impresión más bien negativa de su primera visita a Londres, un lugar plagado de personajes excéntricos y extravagantes, en ocasiones extraídos directamente de Dickens. Unamuno, siguiendo a Baroja y en tono algo más desabrido, plasmaría las agridulces sensaciones de su único viaje a Londres destacando el «sol lunático» y los «sueños sumidos en tedio» de la ciudad del Támesis.
No faltan en algunos textos barojianos los aristócratas y los «gentlemen», ungidos de gran temple moral, caballerosidad impregnada de valores espirituales, confianza en sí mismos y nobleza de espíritu, con independencia de la clase social a la que pertenezcan. Si los británicos suelen aparecer como antipáticos, huraños y poco sociables es por costumbre o acaso por capricho, pero esa frialdad es para Baroja solo aparente, como lo demuestran muchos de los personajes ingleses presentes en sus novelas. No son dados a las efusiones verbosas, sino a personificar las virtudes éticas opuestas a todo atisbo de vulgaridad. Vulgar es, por ejemplo, meterse en política y alardear de chulerías y audaces experiencias aventureras.
Con todo, Baroja presenta a sus personajes ingleses como un dechado de exquisitez moral y de bonhomía intachable, pero, al mismo tiempo, prácticos y enérgicos cuando resulta necesario, algo sin duda derivado de un sistema educativo, brutal sí, pero adecuado para el fortalecimiento de la personalidad. Ello no es óbice para que en ocasiones satirice sin piedad determinados aspectos tradicionales y tópicos de la vida en Inglaterra. Algunos contemporáneos ingleses intentan, a su modo, camuflar la monotonía de la vida mediante un filtro humorístico. Para él ese humor, típicamente nórdico, es muy superior al mediterráneo. Dudo de que Baroja, con su boina y su bufanda, aprobara el reciente acuerdo hispano-británico sobre Gibraltar.