Inepta ministra
La titulitis es mala consejera. Y peor aún si los títulos se inventan, amañan, alteran o falsifican
Lo de la ineptitud en el desempeño de un cargo excesivamente grande para quien lo ostenta se puede aplicar a multitud de nulidades de ministros y ministras que hemos padecido, pertenecientes a distintos partidos, los cuales han dejado una indeleble huella de incompetencia manifiesta para el desarrollo de sus funciones en los distintos departamentos gubernamentales. Esa incapacidad, bastante generalizada en estos tiempos, ha venido afectando a ministerios de diferentes signos políticos. Por el contrario, ha habido personas de gran valía, prestigio y profesionalidad al frente de las variopintas denominaciones ministeriales, gentes que han sabido cumplir con sus cometidos, acaso trufados de insidias de sus propios compañeros de bancada o de ejecutivo, a pesar de crisis económicas y de mil adversidades dignamente arrostradas. Toda mi admiración para quienes supieron salir airosos del trance. Es verdad que, en ciertos casos, el cargo les duró apenas unos días, pero no vamos a entrar ahora en las razones de las respectivas dimisiones, no muy alejadas del asunto de las corruptelas que ahora tanto nos afea el famoso Grupo de Respuesta Especial para el Crimen Organizado (GRECO), institución que, por cierto, a la ministra tercera no se le cae de la boca últimamente.
Me ha sorprendido el argumento de la ministra Diana Morant al establecer una clara diferencia entre las certificaciones académicas y la actuación profesional: «El currículum no hace al político, lo hace la hoja de servicios», aseveró sin inmutarse esta buena mujer que, dicen, además de mandar mucho en Valencia, ejerce a veces de titular del ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Y es en su vertiente de cuidadora de las universidades donde a mí se me cayeron, por decirlo vulgarmente, los palos del sombrajo. ¿Cómo puede una responsable del sistema universitario español (por no mencionar la Ciencia o la Innovación, que dudo sepa de qué van ambos conceptos) menospreciar, sin mover una pestaña, algo que para todo funcionario público en general y universitario en particular, constituye la base de su promoción en una larga carrera donde a cada poco hay que exhibir acreditaciones justificativas? Porque lo de la brillantez inmaculada de la hoja de servicios está muy bien y es a lo que todo trabajador debería aspirar. Pero se da la circunstancia de que certificados, diplomas, reconocimientos, convalidaciones y papeles varios –eso sí, debidamente compulsados-- forman parte del currículo, de la vida y de la ética profesional de millares de universitarios. En fin, digamos que la titulitis es mala consejera, como venía a decir anteayer en su columna Eduardo Fabián. Y peor aún si los títulos se inventan, amañan, alteran o falsifican. Una ministra de lo que sea no debería tirar piedras contra su propio tejado.