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Entre el follaje y la hojarasca

Rijosos, sobones y abusadores los hay por doquier, y la jodienda no tiene enmienda

Domingo, 17 de noviembre 2024, 05:30

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Aquella tropilla de amigos y amigas, roces generadores de cariños, alegre muchachada de niñas y niños bien de la universidad madrileña, picaflores que al amparo del follaje se propusieron acabar con las corrupciones morales y políticas, terminaron chapoteando en ambas ciénagas. Amores libérrimos y tetas al aire. No sin antes haber recibido pingües estipendios venezolanos a cambio de informes modelo timo de la estampita en su versión moneda única bolivariana para Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador. Luego vino lo del asalto a los cielos («los políticos no nos representan», rezaban las pancartas reivindicativas), los círculos color nazareno, las cajas de resistencia y la «Tuerka» mediática con adminículo de coleta. Algunos antiguos amores se entibiaron, otros se resquebrajaron como consecuencia de haber tocado el vello púb(l)ico del poder, a cuyo rebufo unos se colocaron en la mamandurria del Parlamento Europeo, otros en las Cortes y los menos afortunados en las diversas asambleas autonómicas que, como son tantas, dan mucha leche.

Recientemente hemos descubierto lo que sucede cuando las horcajaduras se alborotan, la entrepierna cosquillea, lo lúbrico se solivianta y los dedos se vuelven huéspedes (culo veo, culo quiero). Y, oh sorpresa, quienes compartían gozosos bancadas y venéreas coyundas ahora resulta que repudian a un compañero de viaje al que tanto ensalzaron como paladín del feminismo bien entendido, como flagelo del heteropatriarcado y del neoliberalismo castrador, como rayo justiciero frente al machismo innato de la derecha y de una buena parte de la izquierda. Esa persona de la que usted me habla (ni Koldo, ni Ábalos, ni tan siquiera la Begoña) nos es totalmente desconocida a estas alturas de la carajicomedia. Sí, fue de los nuestros simplemente porque pasaba por allí y en la Complu se sentaba en el pupitre de al lado. De aquellos polvos, estos lodos. Está visto que no hay peor cuña que la de la misma madera.

Ahora, a modo de penitencia colectiva por haber albergado en nuestro seno tamaño baldón, vamos a promover una modalidad laica de ejercicios espirituales, remedo de los antiguos cursillos de cristiandad, tras los cuales los nuevos protocolos darán flamante luminosidad al recto proceder de hábitos y costumbres democráticas, progresistas, feministas, sumatorias, sostenibles y hasta de las nuevas masculinidades (sean lo que fueren).

Pero no se froten las manos las demás formaciones parlamentarias. En todas ellas, derecha, izquierda y centro (si es que existe) pueden cocer calderadas de habas. Rijosos, sobones y abusadores los hay por doquier, y la jodienda no tiene enmienda. De ahí que no resulte tan rígida e infranqueable la línea divisoria entre el follaje, la hojarasca y, a la postre, la tierra políticamente baldía.

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