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Empezamos el año con una noticia gratificante que nos hizo llegar el Gobierno cuando 2024 daba ya las últimas boqueadas: Franco ha muerto. Contumaz en el error, yo creía que el óbito había tenido lugar hace cincuenta años, pero, por lo visto, no debí de enterarme bien en su momento. Claro, me pilló la buena nueva en Inglaterra y, dado que España todavía no era Europa, las noticias tardaron en llegar, a pesar de los esfuerzos de la BBC. Ahora, en cambio, tenemos a «The Economist», muy reputado dentro y fuera de la pérfida Albión, que nos da una de cal y otra de arena para que los medios utilicen una u otra palada según la conveniencia del momento.
A lo que vamos: se preparan fastos y celebraciones a lo largo de todo 2025 para conmemorar el buen suceso mortuorio del dictador. No sé cómo reaccionarán los del PP cuando se les diga, en plena temporada matancera, que el cerdo de Carrillo por fin ha sido sacrificado. Y que Pasionaria ha pasado a mejor vida. Y Fraga ¿vivirá todavía, al menos, en espíritu? Sea como fuere, habrá conferencias, encuentros y amenidades diversas a razón de dos o tres por semana, olvidando que una cosa fue el final de la dictadura y otra el inicio de la democracia. Pero, ¿a quién le importa esa fruslería? Ya se sabe que la actualidad manda, y motivos tendrán los rectores de nuestros destinos para iluminarnos históricamente en medio de la brumosa tenebrosidad que nos ha atenazado a lo largo de las últimas décadas. A ver si mis colegas de Historia Contemporánea me aclaran algo la situación para saber a qué atenerme. De lo contrario, habrá que rebobinar o hacer «flashback», como sucedía en «Amanece que no es poco». Cuesta comenzar el año soportando tanto esfuerzo mental.
Por otro lado, en esta víspera epifánica de los Reyes, una vez descabalgados de sus tradicionales camellos por mor del bienestar animal (el de los camellos, no el de los Magos), confiamos en que el nuevo año nos traiga, a ser posible, mayores dosis de solidaridad; una solidaridad entendida, siguiendo a Eduardo Galeano, como «mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas que pueden cambiar el mundo». Soy escéptico con esos hipotéticos cambios del mundo, pero esos sentimientos y acciones solidarias deberían derramarse a manos llenas sobre quienes padecieron las inundaciones de finales de octubre y aún distan de recuperar la plena normalidad en sus vidas y haciendas.
Con estos primeros días transcurridos, ya casi hemos olvidado las inocentadas, las mediáticamente disputadas transmisiones (a cual más deleznable) de las campanadas, y los buenos deseos tan manidos. Vayan, pues, los míos para quien me leyere, y para quien no me leyere. Inauguramos otro año. Visto el panorama, consultados adivinos, augures, videntes y pitonisas, que no nos pase ná.
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