El descorche
Parece como si robar para el partido fuera robar menos, o hacerlo con bula especial para justificar el latrocinio
Una de las definiciones que da la RAE del término descorche es «comisión que en locales de alterne obtienen las señoritas que acompañan a los clientes con el fin de que tomen el mayor número posible de consumiciones». Así pues, se trata de exprimir al pringao dándole conversación, permitiendo algún toqueteo que otro o dejando que abrigue vagas esperanzas de una relación más íntima y libidinosa que nunca suele llegar. El champán, a nada que se descuide el cliente, se derrama discretamente en la cubitera y el whisky de la cariñosa lumí (posiblemente víctima de trata) consiste por lo general en una infusión de té para camuflar el color, algo fácil de lograr en locales poco iluminados.
Ahora, en las altas instancias del partido gobernante las cosas han cambiado. Las lealtades se tornan puñaladas traicioneras. El orador Rufián –qué bien le cuadra el apellido— clavó la distinción entre lo cutre (podrían ser los puticlubs de carretera con alterne y descorche de baja estofa) y la versión premium, acorde con los nuevos tiempos, algo que ya el tito Berni nos había anunciado cuando organizaba bacanales con sus prójimos en locales de empaque y campanillas.
Hacienda acaba de entrar en nuestros bolsillos y, aunque sea a regañadientes, no queda más remedio que cumplir con el ritual confiscatorio. No me preocupa pagar impuestos justos, pero no todos los impuestos lo son. Me fastidia, eso sí, que con mi dinero altos cargos políticos, cuya honorabilidad está ahora en entredicho, celebren descorches con putas por catálogo, disfruten de orgías con drogas incluidas, de aviones privados para irse de juergas a islas caribeñas y de inconfesables pelotazos cuyos beneficios no van a las arcas públicas, sino a otras de carácter privado en bancos extranjeros. Total, que el ciudadano está ya más que harto de pagar descorches sin pillar cacho.
Parece como si robar para el partido fuera robar menos, o hacerlo con bula especial para justificar el latrocinio. Un robar progresista y sostenible, podríamos decir, con nombres tan señeros en el pasado como Filesa, Gescartera, los ERE, el caso Gurtel, Bárcenas o Kitchen, sin olvidar los corruptos y trincantes de barretina y su tres per cent catalán. La competición entre PP y PSOE parece ganarla este último, a juzgar por el número de evidencias y el volumen de lo desfalcado. El trío «Torrente» Ábalos-Koldo-Cerdán, a quienes la UCO les busca las vueltas, cuenta con el plus de jugosos detalles de horcajadura y entrepierna, a los que hay que añadir niditos de amor, contratos de obras amañados y puestos de trabajo para laborar entre sábanas de blanco satén. Los responsables de tamaños trafullos tienen una jeta más dura que el hormigón de los puentes que contrataron. Como decía Maquiavelo, «sembráis cicuta y queréis que maduren las espigas».
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