En agosto fuego en el rostro
Ya pueden dormir tranquilos los responsables de la gestión forestal, porque casi no quedan bosques que gestionar
No era exactamente así el refrán, pero dado el mes que hemos tenido, bien puede alterarse el dicho popular. Y es que hay meses que empiezan como corderos y de pronto se vuelven leones rugientes. Agosto rugió con insospechada bravura. Ahora termina y los fuegos parecen ir amainando, porque «llegó el comandante y mandó parar», como cantaban los embaucados por el gran fraude de la revolución cubana. Pues sí, aquí llegó el presidente del Gobierno, desencuevado de su hura estival, visitó a uña de caballo (o a salto de Falcon) algunos de los lugares más afectados y, a buen recaudo de los enrabietados lugareños, mandó parar… el fuego. Puso un alto al fuego (no es lo mismo que un alto el fuego) y prometió un gran pacto de Estado en el que participarían todas las fuerzas vivas. Como los previos y exitosos pactos del covid, de la dana, del volcán, del apagón y de otras catástrofes.
Ya pueden dormir tranquilos los responsables de la gestión forestal, porque casi no quedan bosques que gestionar. Muerto el perro, se acabó la rabia. La rabia es, contenida o abiertamente expresada, patrimonio de quienes, además de arruinados, han perdido familiares y amigos, casas, aperos y enseres, pastizales, forrajes y ganados. Rabia la de los ayuntamientos y juntas vecinales que se han quedado sin recursos para poder arrendar pacederos y cotos de caza, únicas fuentes de ingresos propios en muchos casos.
Curiosamente, no he oído hasta ahora los lamentos del consorcio de animalistas, ecologistas y otras especies ante la desaparición de la fauna (vacas, caballos, ovejas, cabras, gallinas, lobos, zorros, jabalíes, corzos, colmenas, urogallos, lechuzas, caracoles, reptiles, anfibios, insectos…); o arboledas centenarias (castaños, nogales, robles, quejigos, abedules, tejos); o arandaneras, viñedos, huertos y frutales; o las plantas medicinales en las laderas (tomillo, orégano, manzanilla, cola de caballo, hinojo, dedaleras, genciana…). Nada sobrevivirá bajo las cenizas hasta dentro de unos cuantos años cuando el sotobosque esté listo para arder de nuevo. Las escorrentías otoñales contaminarán ríos y manantiales, pero los mimbrales, la fusca, la maleza y los ramajes bravíos seguirán intocables por mor de absurdas normativas supuestamente conservacionistas. Y, por si fuera poco, tenemos que aguantar la cantinela ministerial y engañabobos del «reto demográfico».
Vamos de fatalidad en fatalidad verano tras verano. El próximo habrá más quemas. En cuanto se lo propongan los incendiarios habituales. Menos mal que el Gobierno central y los autonómicos velan sin cesar y ofrecen limosneras reparaciones. Pero no habrá dinero suficiente para compensar tanta pérdida, tanta impotencia, tanta ira, tanta rabia. Entretanto, la oferta sigue en pie: el que necesite ayuda, que la pida.