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Mirando desde el volcán

En el volcán de Garrido se aúnan la buena voluntad de vecinos que buscan hacer más agradable su ciudad y lo peor del gamberrismo irracional

Miércoles, 14 de mayo 2025, 06:00

Hay lugares de esta nuestra Salamanca que triunfan en menciones en los folletos y reportajes turísticos. Rincones que, por su belleza, historia o por nuestras vivencias, ocupan un lugar destacado en nuestra memoria. Pero hoy no me voy a referir al Patio Chico, el Huerto de Calixto y Melibea, la Plaza Mayor ni ningún jardín de los que hoy revientan de verde con las lluvias de primavera. Es una antigua escombrera al norte de la ciudad cuya historia ejemplifica lo mejor y lo peor de la ciudadanía.

Conocí el volcán de Garrido un poco tarde, concretamente el año de la pandemia. Había oído hablar de la historia de este promontorio que se divisa sobre el colegio Montessori, al otro lado de la antigua vía del tren. Cuentan los que lo vivieron que esa pequeña colina cuya cúspide truncada recuerda a un volcán es el resultado de la acumulación de escombros y vertidos de construcción depositados allí en los años 70 y 80 durante las labores de construcción de la zona norte de ese popular barrio.

Fue tras los primeros confinamientos cuando un grupo de voluntarios entregó su tiempo y esfuerzo a convertir aquella colina de humilde origen en un mirador. Con la ayuda de unos tablones de madera, convirtieron en escalera aquel estrecho camino de acceso y colocaron arriba un estupendo panel informativo sobre una estructura metálica en el que el equipo de @volcandegarrido hacía una loa de estos espacios urbanos abandonados con posibilidades para su aprovechamiento y se evocaba la historia del lugar. Todo ilustrado por una espectacular vista de Salamanca al atardecer en la que, al estilo del mirador de la peña de Francia, se indicaban los principales puntos de referencia del skyline salmantino. Y a pocos metros, un simpático y colorido poste indicador señalaba las direcciones más útiles para cualquier visitante interesado: si los de por ahí informan de dónde quedan New York, Berlín, Ciudad del Cabo o Melbourne, el poste del volcán de Garrido servía información realmente útil: «Teso de las Cabezas 8 minutos.» «Teso de las Peñiscas 15 m.» «Parque Garrido 11 m.» «La Chinchi 16 m.» y «Guisburg (sic) 5 m». Un banco de madera de varios colores y varios carteles con mensajes apelando al respeto a la naturaleza completaban la instalación.

Se ve que quienes participaron en el destrozo de todo aquello en los dos años siguientes no pillaron el mensaje. No dejaron nada en pie y el panel fue cuidadosamente pintarrajeado. Los voluntarios reconstruyeron el banco, repusieron el panel, pero hoy día de todo el conjunto sólo queda en pie la estructura metálica.

En el caso del volcán de Garrido se aúnan la buena voluntad de un grupo de vecinos anónimos por hacer más agradable y vivible su ciudad desde el anonimato y lo peor del gamberrismo irracional que se ampara en ese mismo anonimato para aplacar su patológico sentido del disfrute destrozando lo que es de todos. Por fortuna, el Ayuntamiento, que lleva años combatiendo los vertidos incontrolados de escombros que, 50 años después, se siguen produciendo por inercia en las inmediaciones del lugar, anunció en febrero su propósito de convertir el «volcán» en un parque forestal con mirador.

Ojalá este proyecto se haga realidad pronto. Disfrutar de las vistas de la Peña de Francia y el pico Cervero tras las torres de la Catedral y la Clerecía o ver la ciudad a la hora azul del atardecer es un disfrute que a muchos sorprenderá. Y el Consistorio haría bien en contar con Elisa, Adrián, Bea, David, Pablo, Henar, Guille, Mamen y el resto de las decenas de voluntarios que daban nombre a los desaparecidos peldaños de madera y que entregaron su tiempo y esfuerzo de forma altruista para darnos a todos un lugar agradable donde sentarse y contemplar la vida. Ni más ni menos.

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