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Como sabiamente ha dejado claro nuestra nueva referente ideológica y ejemplo de saber estar, Melodía Ruiz Gutiérrez, si critican, que critiquen que yo voy a seguir yendo a lo mío. En realidad, la eurovisiva cantante no ha dicho nada de esto, pero seguro que tras esa amplia sonrisa tan espontáneamente trabajada durante años, ella estaba dando un corte de mangas a todos los haters que le han puesto palos en las ruedas desde que su canción fue elegida para representar a España en Eurovisión. Ya le criticaron antes del festival, y tras bordarlo sobre el escenario de Basilea ha vuelto a recibir por la baja puntuación recibida. En ambos casos, la artista solo es culpable de tener fe en su apuesta artística y defenderla con todas las habilidades y recursos de que dispone. Pero hay que criticar. Siempre. Que se nos oiga. Hacer ruido.
Aunque no había venido yo aquí a hablar de Melody, sino precisamente de ruido. Creo sinceramente que nuestra vida era de algún modo más placentera cuando la mayoría de las opiniones de la gente, las suyas y las mías, se quedaban en las barras de los bares, en las tertulias de amigos, en la máquina del café de la oficina, en las cenas en familia. Siempre hemos opinado de lo que nos ha dado la gana, y confío en que sigamos teniendo libertad para hacerlo y por muchos años, pero sin conocer bien la cuestión que nos ocupa, sin un criterio más o menos fundamentado, esa opinión nuestra debería importarle un pimiento al resto del mundo. Y ahora eso no es así, por desgracia.
Quienes hoy día huyen de las redes sociales, especialmente de aquella cuyo símbolo siempre fue un lindo pajarito y que ahora es una siniestra letra negra, escapan de un estercolero de voces que no es sino reflejo de la vida misma. «Ladran, Sancho, luego cabalgamos», le dijo Don Quijote a su escudero, invitándole a reafirmarse en la acción, el proyecto, desoyendo el ruido que hacen los demás. Nunca vamos a gustar a todo el mundo: eso es algo que saben bien los artistas. Y hacer caso a cualquier critica de cuñado es como dar de comer a los animales del zoo: un grave y fatídico patinazo.
Nunca me cansaré de entonar el mea culpa en lo que me toca por el error que cometen tantos medios de comunicación día sí y día también al dar importancia a las voces anónimas que hacen arder las redes a favor de esto o en contra de lo otro. Aquellos comentarios de barra de bar, que podemos ser tanto ustedes y como yo, alcanzan categoría de noticia, pese a carecer de relevancia por proceder de indocumentados. Pero hacen ruido, generan polémicas, suman clics, cosas que hoy resulta que sorprendentemente son positivas para algunos porque dan dinero. Y hace falta mucha templanza para seguir cabalgando e ignorar a los perros que ladran, o sea, para no dar de comer a los animales del zoo.
Los tiernos patitos del parque de la Alamedilla deberían comer gusanitos de verdad, de los que se mueven, no sintéticos de bolsa ofrecidos por un viandante que solo busca una reacción del ave. Si intervenimos en la dieta de los patitos, o la de las palomas, condicionaremos su comportamiento, y en nada vendrán a por más porquerías que nos les hacen ningún bien a su organismo. Dar importancia a los bocazas que buscan notoriedad en las redes solo conseguirá envalentonarles para que sigan haciendo ruido y ser virales, como corresponde a una enfermedad.
Les invito a que miren a su alrededor y piensen en todo esto. Pregonarlo en esta tribuna parece sencillo, pero algo me dice que la batalla empieza a estar perdida.
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