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Opinión

Apocalípticos

Miércoles, 24 de julio 2024, 05:30

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Estoy hasta el gorro de los apocalípticos. Los profetas del 'todo mal' que distorsionan la realidad para acomodarla a sus intereses, disfrazados del bien común pero con un fondo puramente mercantilista y espúreo. Aquellos que siembran odio y violencia, que inhoculan el miedo a través de intrincadas redes de poder en las que ocupan puestos prominentes.

La historia ha destilado apocalípticos desde el germen de la humanidad misma. Nunca han faltado visionarios que predicaban las siete plagas sin sentir el aleteo de una langosta, la clave era buscar un buen culpable, un enemigo creíble al que señalar como responsable de todos los males y volcar en él la bilis, la mentira y la difamación.

Cuántas guerras y cuántas muertes se hubieran ahorrado si las prédicas de los apocalípticos se hubieran silenciado antes de incendiar la pira. Pero siempre hay pirómanos dispuestos a colaborar con una buena ración de gasolina. Son aquellos que encuentran en este enemigo manufacturado, estético e indefenso el chivo expiatorio perfecto para enjuagar sus propias debilidades y carencias. Alguien a quien echar la culpa, tan simple como eso.

Esos apocalípticos se han estilizado. Han abandonado las plazas para sembrar su discurso de miedo y odio a través de la mayor herramienta de propaganda y manipulación en la historia de la humanidad: las redes sociales. La capacidad para esconder y camuflar al emisor del mensaje es algorítmica, sólo importa el contenido y la clave para que cumpla su misión es la verosimilitud. Estamos tan anestesiados que otorgamos veracidad a cualquier mierda que vemos en X, Instagram o TikTok. Es una paradoja asombrosa. Merendamos información de origen desconocido siempre que refuerce nuestros esquemas mentales pero dudamos de fuentes solventes si la información no encaja en el engranaje de nuestras creencias.

Y eso lo saben y lo manejan con asombrosa maestría los profetas del fin del mundo. Alquimistas de la alarma social, del odio al diferente hasta convertirlo en un enemigo del que hay que librarse cueste lo que cueste. Ellos serán los que darán entonces el paso, apelando al honor y al orgullo, para librar esa batalla. No es nuevo, siempre fue así.

El virus tiene un incalculable velocidad de expansión y contagio y el mejor antídoto es el sentido común, la información veraz y la cultura. Pensamiento crítico e individual frente al pensamiento único disfrazado de libertad. Siempre hay quien venda un Apocalípsis que nunca llegó.

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