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Posiblemente no es el lugar donde uno espera encontrarse grandes reflexiones sobre el sentido de la vida. Por el inicio de la subida de Tentenecio, entre la riada de jóvenes que partía ya al caer la tarde del entorno del Puente Romano a otros puntos de la ciudad donde seguir la fiesta, había uno particularmente indignado. «Nos hemos comido una pandemia de covid, la guerra de Ucrania, a Trump y ahora encima este apagón total, ¡yo ya no quiero vivir más acontecimientos históricos!».
Sería injusto pensar que el hecho de que este chico erigido en portavoz de toda una generación transportara en bolsas de plástico blanco unos 5 litros de alcohol de distinta graduación le quitara razón a su queja amarga. Tampoco el que rubricara su diatriba hacia sus amigos –que tampoco le prestaban gran atención– con un «menos mal que nos queda Jordi Hurtado».
Es algo muy propio del ser humano de todo tiempo sentir que vive en el peor momento de la historia. Ya Santa Teresa decía aquello de «tiempos recios» y seguramente el siglo XVI fuera un paseo de rosas comparado con el XV y este fuera mejor que el XIV, y así hasta Atapuerca.
Pasa que lo que a nosotros nos parece el no va más de la historia a los que vienen detrás tampoco les parece para tanto. Lo compruebo cada año cuando mi amigo Javier, profesor del Calasanz, me invita a dar a los chicos de Bachillerato una pequeña charla sobre el periodismo como fuente histórica. Les llevo imágenes que a mí se me clavaron profundamente y recordaré así pasen mil años: la caída del muro de Berlín, la voladura del puente de Mostar, el atentado de las Torres Gemelas y veo a los alumnos quedarse bastante fríos ante mi entusiasmo histórico. Pero, ¿dónde estabais cuando el atentado de New York? «Nos faltaban siete años para nacer, (señor)».
Los idiomas cuentan con frases hechas para marcar esos acontecimientos a los que damos carácter de excepcional. En español decimos que es algo que pasa de guindas a brevas, que literalmente son unos diez meses, porque quizá nuestra tendencia a la ligera exageración nos lleva a estar acostumbrados a vivir historia cada poco tiempo. En inglés, pueblo más prudente y flemático, se dice once in a blue moon (una luna azul hay cada dos o tres años). Y para los italianos, atendiendo a su carácter impredecible, es ogni morte di papa (cada muerte de papa, que suele pasar cada bastante tiempo).
Adiós al bueno de Francisco, lluvias miles, apagón total… veremos cómo de relevante será en unos años en la vida de cada uno. Tengo curiosidad por qué pensará de todo esto esa pareja que subía por la misma calle despacio, agarrados, viendo cada uno el cielo en los ojos del otro. Al pasar a mi lado (nueve y media de la noche), la chica me preguntó: «¿ya ha vuelto la luz?». Sí, a las tres y media de la tarde. Y ahí, además de cierta envidia, tuve la certeza de que tener la suerte de vivir en esa burbuja es lo que da sentido a que siga girando el mundo.
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