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No fui un mal estudiante, ni en el colegio ni en la facultad. Aunque, también hay que reconocerlo, raramente hacía los trabajos voluntarios a los que invitaban algunos profesores. Aunque uno no se da del todo cuenta, el tiempo de estudiante se escapa como arena entre las manos y hay demasiados frentes que atender. Pero una de las pocas excepciones fue en Historia del Periodismo. Allí sí me decidí a profundizar voluntariamente en uno de mis temas favoritos, el humor gráfico. Aparte de Superman y de la camarilla de sinvergüenzas de Primera Plana, mi primer contacto con un personaje periodístico fue el repórter Tribulete, en un tebeo que encontré en casa de mis abuelos (en los 40 Cifré ya hizo un tratado de los males de la profesión), y me pareció una oportunidad de honrar su memoria y mi niñez analizar el humor gráfico en el siglo XX en este siempre raro país.
Allí me encontré con una de las más famosas viñetas de humor político, la que firmó Ramón en portada de Hermano Lobo en 1975 con aquel brillante diálogo-ratonera en el que un político desde su tribuna ofrece al público: «o nosotros o el caos» y ante la petición de la masa, «¡el caos, el caos!», zanja: «es igual, también somos nosotros». Una de esas genialidades, en tiempos de censura, de las que te dejan con la sonrisa helada.
A lo largo de los años, de esa viñeta se ha hecho uso abundante, espurio a menudo, para sintetizar la capacidad de cierta clase dirigente de adaptarse camaleónicamente a los tiempos. Esa sospecha de que, pase lo que pase, siempre mandan los mismos.
Pasa que ha cambiado el tablero de juego y las cosas, creo, ya no son tan fáciles. Está claro que hay gente que no pierde nunca (vean las cifras de aumento de las fortunas de los archimillonarios desde el covid) pero da la sensación de que están confluyendo en torrentera demasiados esfuerzos por lograr el caos.
¡Ladrones, todos igual de sinvergüenzas, solo el pueblo salva al pueblo! Consignas simples, que entran bien en momentos de sufrimiento. Veneno, puros bulos, apenas cuarto y medio de verdad, gatos por liebre. En la época de Málaga como subdelegado, durante la visita a la peatonalización de Varillas (Plan E o así) una joven de aspecto extranjero se dedicó a seguir al bueno de don Jesús con un bocadillo de embutido en el aire. No hay pan para tanto chorizo, se decía entonces. A esa joven, que no hemos vuelto a ver, le parecía que el subdelegado de un Gobierno democráticamente elegido no la representaba. Más de lo mismo durante la pandemia. Conspiraciones, manos negras y nostalgia de camisas negras. Venga meter presión a la olla, a ver si explota.
Hay mucho que mejorar, por supuesto. El sistema no es perfecto y a veces falla escandalosamente, como hemos visto trágicamente con la DANA. Pero la democracia es la única red que nos queda. Por mal que funcione a veces. Nada es inocente: ¿a quién le conviene el caos?
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