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Para evitar malentendidos, empezaré directamente aplicando la venda. Rafael Nadal es un deportista mayúsculo cuyos logros hemos disfrutado y aplaudido como sociedad. No es el tenis mi deporte favorito (no sé si convalida haber visto unas quince veces «Match Point», de Wody Allen), pero eso no significa que no sea capaz de apreciar su brillante trayectoria y que no haya vibrado con algunos finales de partido memorables contra otros gigantes de esta época. Entre el letal juego a la contra de Djokovic y la exquisita finura de Federer, Nadal coleccionó éxitos a fuerza de resistencia, tesón y una fe inquebrantable para llegar a esa última bola que todos darían por perdida. Lo hizo además con un comportamiento educado y respetuoso, humilde, alejado de los gestos que acostumbran otras estrellas. En fin, grandioso Nadal. Pero si todo marcha según lo previsto, es posible que a esta hora la Universidad de Salamanca ya haya aprobado la concesión del doctorado Honoris Causa para el tenista y, aunque no tengo ni voz ni voto en el asunto, me parece que la institución se ha jugado una volea que ha botado fuera.
Un doctorado honorífico debería ser una cosa muy seria para una institución como la Universidad de Salamanca y, obviamente, debería tener en el ámbito académico su atención preferente. Eso no quiere decir que no pueda abrirse a otros mundos. Se han reconocido cineastas, escritores, cantantes, políticos… pero su trayectoria y su obra tienen una relación más evidente con los campos de estudio en los que se ocupa la vieja casa.
Se podría decir que la ejemplaridad y éxito arrollador de Nadal son un aval válido para esta distinción (que él no pide, esto también hay que dejarlo claro, sino que piden otros por él), pero más bien parece que lo que hay aquí y en maniobras semejantes es, fundamentalmente, una operación de imagen.
Aprovechar el enorme tirón mediático de Nadal y aspirar a una foto muy grande con el Paraninfo lleno en la portada de los medios deportivos (si se elige con tino la fecha y el día antes no ha jugado el Real Madrid) y hasta en los periódicos de tirada nacional si la suerte acompaña. ¿Y de qué sirve?
Es un raquetazo de esos que daba Nadal desde el fondo de la pista, de espaldas y entre las piernas. A él le entraron la mayoría, pero, citando el comienzo de «Match Point», «asunta pensar cuántas cosas se escapan a nuestro control». Las operaciones de marketing a veces las carga el diablo y, en todo caso, creo que sería más edificante emplear, como se ha hecho acertadamente en otras ocasiones, el honoris para vincular los equipos de investigación, los magníficos docentes de la casa, a nombres punteros en la vanguardia de la ciencia y las humanidades en el mundo, de forma que de la ceremonia además de muchas fotos salgan prometedores proyectos de colaboración.
Lo otro, y no es por Nadal, es esperar a ver de qué lado acaba cayendo la pelota.
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