El haya de Herguijuela
Alejémonos de los mensajes populistas que algunos —de uno y otro signo político— vertieron este fin de semana en Salamanca
Desde luego, después de haber pasado mi juventud recorriendo cada fin de semana los Pirineos, cuando vi por primera vez el haya de Herguijuela no ... me llamó especialmente la atención. La belleza de los hayedos de la selva de Oza, por ejemplo, resulta difícil de superar, sobre todo, cuando llega el otoño. Sin embargo, aquella mañana en la que, junto a mi mujer, me planté en la base de este imponente árbol de 33 metros de altura no pude menos que sobrecogerme. Más de cuatrocientos años contemplaban a este ejemplar que tenía la singularidad de ser el haya situada más al sur de la Península Ibérica.
No tenía buena pinta. De hecho, los vecinos de Herguijuela de la Sierra llevaban años advirtiendo de que si no se intervenía sobre esta joya natural, iba a acabar derribada, como así ha ocurrido hace unos días por culpa del temporal.
La ruta que conduce al convento de Belén ya no será la misma. Acaba de perder uno de sus grandes atractivos por culpa de la desidia de las autoridades, que no han atendido los avisos de quienes veían cómo languidecía el árbol, y por los fuertes vientos que han azotado últimamente la provincia.
No sé por qué, pero su triste imagen, con el tronco tronchado, que ilustraba la primera página del periódico de este domingo, me hizo pensar en la Justicia española. Sobre todo, a raíz de conocerse la condena del fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, a dos años de inhabilitación por un delito de revelación de secretos, y la avalancha de furibundas reacciones que ha suscitado.
Sé que a la mayoría de los mortales les importa un bledo el futuro del fiscal general. No hay más que ver la «conmoción» con la que vivió la noticia Lumbrales, el pueblo en el que nació y pasó su adolescencia. Sin embargo, nos encontramos ante un caso de vital importancia para el funcionamiento de nuestra democracia. Nunca se había dado que una figura como la del fiscal general del Estado se tuviera que sentar en el banquillo de los acusados. Nunca un personaje de tal relevancia había sido condenado por el Tribunal Supremo por un delito tan grave. Y esperemos que nunca vuelva a ocurrir.
Pero, una vez que ha sucedido, hay que acatar el fallo. Son las reglas de juego que nos hemos dado y ponerlas en duda nos conduce a una senda muy peligrosa.
Cuando todavía no se ha publicado la sentencia, es decir, cuando todavía se desconocen los hechos probados y los fundamentos de derecho, ya han aparecido voces entre los ministros del PSOE y de sus socios de Gobierno que hablan de jueces que hacen política o que incluso animan a salir a la calle para hacer frente a los «togados reaccionarios» que han condenado al fiscal general. De hecho, este domingo se pudo ver a Baltasar Garzón y a Dolores Delgado en una protesta, perfectamente orquestada frente al Supremo, en la que se escucharon gritos de «golpistas con toga».
No hemos aprendido nada. Estos días hemos querido celebrar nuestro medio siglo de democracia y ni eso hemos sabido hacer. Cómo estará viendo la situación el expresidente del Gobierno Felipe González que, en su discurso al recibir el Toisón de Oro de manos del rey Felipe VI, pidió a los españoles que preservemos a toda costa la paz civil.
El haya de Herguijuela ya se ha quebrado. No parece que pueda recuperarse. Sin embargo, todos nosotros estamos a tiempo de salvaguardar el sistema político que nos hemos dado, basado en la división de poderes y en el Estado de Derecho, y alejarnos de los mensajes populistas que algunos —de uno y otro signo político— vertieron este fin de semana en Salamanca.
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