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El Día de los Fieles Difuntos, es un día festivo religioso dentro de las Iglesias cristianas, en memoria de los fallecidos. Se conmemora el 2 de noviembre y su objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrenal y, en el caso católico, por quienes se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio. No se debe confundir con el día 1 de noviembre que es la festividad de Todos los Santos. En ese día, la Iglesia celebra una fiesta solemne por todos los difuntos que, habiendo superado el Purgatorio, se han santificado totalmente, han obtenido la visión beatífica y gozan de la vida eterna en la presencia de Dios y por ello es conocido como el día de «Todos los Santos». No se festeja sólo en honor a los beatos o santos que están en la lista de los canonizados y por los que la Iglesia celebra en un día especial del año, se hace también en honor a todos los que, no están canonizados, pero viven ya en la presencia de Dios en su Iglesia triunfante.
Este ojo que observa considera importante hacer esta diferenciación que muchos no alcanzan a discernir. En la creencia religiosa católica, la muerte es parte inherente de la vida, entre otras muchas cosas porque la base fundamental y diferenciadora está en la resurrección: «…el que vive en mí, no morirá para siempre…» (Juan 11, 25-26)
En la sociedad que nos ha tocado vivir, la muerte se convierte en un tabú, olvidando que desde que nacemos empezamos a morir. La percepción equivoca de que el ser humano es duradero per se, choca frontalmente con la realidad de caducidad de la vida. Esta festividad nos recuerda con claridad meridiana que, no sólo somos finitos sino que además obtener la vida eterna (para los que creemos) depende mucho de nuestros comportamientos en esta terrenal. Vivimos imbuidos en los problemas diarios hasta tal punto que, no queremos parar y plantearnos de verdad nuestro destino.
Ir al cementerio es recordarnos que en definitiva este lugar es nuestra última morada terrenal y que, tarde o temprano (Dios quiera lo más tarde posible para todos) terminaremos formando parte de ese «skyline» donde los cipreses también creen en Dios.
Decía Juan Pablo II: -«no tengáis miedo» y eso mismo digo yo, no hay que tener miedo de lo inevitable y la suerte que tenemos los católicos es que esta vida terrenal, es tan sólo un tránsito para la eternidad. Así, un día como hoy debe hacernos reflexionar sobre nuestros propios comportamientos y las consecuencias de nuestros actos que, pueden llevarnos a dar un rodeo o quedarnos en cuarentena en ese lugar intermedio de purificación, antes de alcanzar la «Gloria».
Reflexionar no debe implicar temor, simplemente proponernos a nosotros mismos un diálogo interior en el que, desde nuestra propia fe, valorar y planificar ese destino inevitable que tenemos todos.
Visitar a nuestros difuntos, rezarles, recordarles, mantenerles presentes es un acto de amor y… no de miedo.
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