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Este ojo que observa lleva observando toda la semana. Me gustaría compartir con ustedes unas reflexiones que me rondan por la cabeza después de haber vivido la catarata de noticias que, no cabe duda, han dejado consternado a un país que asiste «ojiplático» ya no sólo al deterioro reiterado de la vida política nacional, que es el pan nuestro de cada día, sino también al espectáculo del menoscabo en las relaciones personales y lo hace «vox populi».
Creo que a una gran mayoría de nosotros se nos educó en «el fin no justifica los medios», pero en esto como en otros miles de aspectos, parece ser que ya no forma parte del «savoir faire» de las personas. Soy consciente de que pocos saldrían indemnes si se publicaran todos nuestros WhatsApp (por cierto, no olviden y tengan en cuenta que el WhatsApp es una red social) pero lo importante y de lo que quiero hablarles no es de eso, aunque forme parte de muchas de las conversaciones que se producen en las reuniones estos días: que si es legal, que si no lo es…
Lo que realmente creo, es que debemos hacer un análisis crítico de cuanto estamos soportando. Vivimos en una sociedad en la que sólo parecen importar los derechos para judicializarlo todo, cuando una gran mayoría de las cosas debe regirse por otros parámetros, como se ha hecho en casi toda la historia de la humanidad.
La vida privada hoy en día hay que protegerla titánicamente. La libertad para opinar, está secuestrada. Las normas de la buena convivencia han desaparecido. ¿Qué sucede para que una persona guarde en dos discos duros las conversaciones con quien se consideraba que era un amigo…? ¿Para qué? ¿Para poderlas utilizar como arma arrojadiza cuando salte por los aires la amistad? ¿Pero qué amistad es esa? Vivimos en lo perentorio, en la certeza de que todo es efímero y que debo prepararme para la guerra porque la paz, tarde o temprano, desaparecerá y por supuesto, guardarme mil ases en la manga para cuando la relación personal o laboral termine, porque vivimos en el convencimiento de que sucederá y entonces tendré que defenderme… ¡Dios mío qué horror de vida!... ¿Dónde ha quedado la lealtad, la verdad en las relaciones humanas, el fiarse del otro por el simple hecho de confiar? Esta sociedad está terriblemente enferma, perdiendo a marchas forzadas los vínculos que nos definen como grupo, familia, equipo... El sentimiento de que todo termina cuando se acaba la magia, que como ustedes bien saben dura más bien poco, destruye relaciones de pareja, de amistad e incluso laborales, todas esas relaciones personales fundamentales para el devenir del equilibrio emocional. Tal vez ahí tengamos una de las causas del aumento impresionante de las enfermedades mentales, que estoy convencida serán otra de las pandemias de este siglo XXI.
El equilibrio y la estabilidad emocional que encontrábamos en nuestro entorno, siempre había sido el descanso del guerrero…
Díganme ¿quién puede descansar ahora?
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