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Un árbol sin sombra

Agradezco a la vida pasear por esta Salamanca que «enhechiza» y que en su dimensión, recoge todas las dimensiones

Sábado, 30 de noviembre 2024, 05:30

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Salgo de casa en la penumbra de las luces cotidianas, esas que nos acompañan todo el año y que iluminan los atardeceres y las noches de los días que pasan, como hojas arrancadas, destinadas a ser uno más, por mil cosas que pasen. La temperatura es más bien atemperada, pero la incipiente brisa me roba lágrimas de frío. Camino con la certeza de vivir en una ciudad única. He salido a la calle a descubrir, un año más, la fortuna del encendido. Hay gustos para todos… pero no se puede negar la belleza. En ese paseo lento, abrazada por la luz acogedora de la ciudad eterna de juventud, en un instante todo se ilumina de color.

No desearía estar en Nueva York, ni en París, ni en Londres… agradezco a la vida pasear por esta Salamanca que «enhechiza» y que en su dimensión, recoge todas las dimensiones. Las calles en su perfil están repletas, llenas de almas que se mueven entre el Black Friday y el asombro de esa hermosura gratuita, fruto del tiempo y de la nueva luz. Me quejo de que venga tanta gente, porque soy egoísta y la quiero en soledad para mí, pero comprendo que se nos llene de otras gentes ávidas de sentir mi propio sentir.

Este ojo que observa sentado en una terraza del cuadrilátero más bello del mundo, disfrutando de una infusión bien caliente y un dulce precursor de Navidad, se emboba con un espectáculo de vida. Unos van, otros vienen, unos pasean y otros se detienen, nadie indiferente, mientras un árbol sin sombra nos acoge desde su inmensidad como un abrazo. ¿Y los niños? Ellos circulan, se asombran y corretean como quien quiere alcanzar un caramelo inalcanzable, intentando siempre expugnar lo inexpugnable. Como la vida misma.

Un rato de belleza te aleja de la verdad de nuestra España, de sus titiriteros y de sus malos agrimensores, esos que miden los hechos con distintas varas según de quien se trate. Recuerdo con cansancio ver cómo se destruye lo que la Historia ha tardado tanto en construir y agradezco estar sentada. Y en estos vaivenes viene a mi memoria un profesor de Química que tuve en el colegio que me decía: «Srta. Bueno ¿por qué vamos hacer las cosas fáciles si las podemos hacer difíciles?»…cuánta razón. Qué difícil hacemos todo cuando lo más lógico es lo sencillo.

Tal vez por eso valoro este paseo en soledad acompañada de luces y juventud, con sus voces y sin frío, porque si algo tiene la juventud es que no tiene frío y goza de todo sin más.

Este fin de semana disfrutemos sin preguntas y sin buscar respuestas. Seamos actores de la belleza como si no hubiera mañana, porque mañana… ya llegará. Nos empeñamos en controlarlo todo y nos olvidamos del aquí y el ahora, cuando además esta luz es un espectáculo efímero, que dura desde el Adviento a Reyes. Por ello hay que aprovecharlo a pesar de los muchos pesares que nos acompañan. Dense un rato para complacerse con un árbol sin sombra, con luces y adornos y calles de colores y bullicio y lío y voces y gente…que créanme, llegarán otros tiempos donde todo serán sombras.

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